Esta semana se murió Carlos Vélez. Probablemente casi nadie sepa quién era. Pues era un genio. Un hombre letraherido que fue capaz, en una TVE en blanco y negro y muy casposa, crear y dirigir un programa sobre literatura irreptible, Encuentros con las letras. En la red, y en esa cosa llamadas You Tube, se encuentran testimonios videográficos que respaldan el adjetivo. Vélez se rodeó de un equipo de colaboradores de variado pelaje y condición, Daniel Suerio, Isaac Montero, Andrés Trapiello, Jesús Torbado, Sánchez Dragó, Esther Benítez, Paloma Chamorro... la nómina es larga y rica, también difícil de entender su convivencia en los tiempos que corren, pero la España de aquellos años era así. Nacían productos informativos como El País o la revista Interviú que milagrosamente todavía sobreviven, y las calles estaban repletas de ilusión emocionante por la democracia que se estaba estrenando. Encuentros con las letras era un programa sencillo, realizado con habilidad suprema por Roberto Llamas, que a veces sólo contaba con una cámara, y en un plató compuesto de una larga mesa repleta de libros y anaqueles como paredes. A pesar de la penuria de medios, la sensación era otra porque allí volaban, cuando no se lanzaban, las palabras, los comentarios ácidos y libres sobre libros y autores. Y las entrevistas, vaya entrevistas: recuerdo especialmente una en dos entregas que se le realizó a Julio Cortázar con entrevistadores tan conspicuos como Fernando Savater. No superó a la de Joaquín Soler Serrano en sus A fondo (otra joya de la televisión pública de la época) pero fue muy buena. Y siempre tendré en el recuerdo a un joven Andrés Trapiello entrevistando a solas a un también joven pero ya muy pasado de vueltas y provocador, provocativo y gran poeta, Leopoldo María Panero: salvo en la película El desencanto nunca volvió a estar Panero tan en sazón como en aquella entrevista, a pesar de que el pobre Trapiello las pasara moradas para sacarle jugo al único maldito de nuestra literatura reciente. Nadie se acordará mucho, o casi nada, de Carlos Vélez y de su esfuerzo divulgador de las artes y las letras. Aquí somos así de estúpidos. No lo deseo, por supuesto, pero ya verán cómo tratan los franceses a Bernard Pivot el día que se produzca el hecho biológico. Pues Vélez era nuestro Pivot, quizás mucho más que todo eso porque aquí las cosas siempre han sido más difíciles.