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CRÍTICA Teatro

Efecto Olivia y Eugenio

En muchas ocasiones el teatro ha tratado lo que Albert Camus consideró el único problema filosófico realmente serio, el suicidio.

Abundan las obras teatrales que plantean que suicidarse es la salida más honrosa a los problemas, e incluso a veces la única.

Pero fue con la aparición del Romanticismo cuando la interrupción voluntaria de la vida comenzó a hacer estragos. Numerosas obras de autores románticos presentaban el suicidio como un acto heroico, incluso los dos dramas que hicieron triunfar el Romanticismo en España y Francia, Don Álvaro o la fuerza del sino y Hernani, finalizaban con el suicidio del protagonista. La novela romántica Las penas del joven Werther de Goethe, en la que el protagonista acaba por quitarse la vida, hizo que tantos jóvenes se suicidaran que terminó por dar nombre al contagio suicida, el 'efecto Werther'.

Parece más sencillo alentar al suicidio que prevenirlo. Por todo ello poder ver una obra de teatro como Olivia y Eugenio, del escritor peruano Herbert Morote, bajo la dirección de José Carlos Plaza, que trata el suicidio de tal manera que convierte la desesperación en esperanza y el dolor en alegría, es un placer que desgraciadamente ocurre con poca frecuencia.

En realidad la obra es básicamente un monólogo de Concha Velasco, quien lleva el peso de la representación. La actriz interpreta a una mujer a la que acaban de diagnosticar un cáncer terminal y a modo de adiós a la vida repasa su existencia realizando un implacable ajuste de cuentas con su pasado. Desde su trabajo, la familia y la sociedad, todo es criticado descarnadamente, y lo único digno de elogio es su hijo que padece el síndrome de Down. Rodrigo Raimondi, que padece esta alteración genética, pone el toque de comedia a este monólogo dramático, y finalmente consigue que su madre no opte por la salida fácil y elija enfrentarse al futuro con valor y optimismo.

Olivia y Eugenio es un drama alegre, una obra recomendable para todos, porque enseña que la vida no nos pertenece, ni la propia ni la ajena, y que el auténtico discapacitado es el que no se atreve a seguir adelante.

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