Contaba el otro día el semanario alemán Die Zeit una anécdota muy reveladora tanto del carácter como de las tretas que emplea a veces el ministro de Finanzas de ese país, Wolfgang Schäuble, para conseguir sus objetivos.

Ocurrió hace dos años. Chipre estaba en aquel momento en práctica quiebra y sólo podía confiar en que le llegase ayuda de Rusia para lograr así esquivar las severas condiciones que le ponía Alemania.

El ministro de Finanzas de esa isla mediterránea, Michaelis Sarris, viajó a Moscú, pero se encontró con la negativa de su colega ruso, Anton Siluanow.

Lo que no sabía entonces Sarris es que antes de su viaje Schäuble había llamado al ministro ruso y le había pedido que no prestase dinero a Chipre.

De nada sirvió tampoco que el ex secretario del Tesoro estadounidense Larry Summers instase a Alemania a ser más generosa con su dinero para ayudar al conjunto de los europeos.

Summers tuvo que aguantar que Schäuble le citara una frase en verso de Goethe a modo de proverbio que dice que "si cada uno pasa la escoba delante de su casa, todo el barrio estará más limpio". O sea, que cada cual se ocupe de lo suyo.

Así es ese jurista, que no economista de profesión, que parece desconfiar de todos los que no se comportan como quiere que lo hagan sus propios compatriotas, es decir los ciudadanos de esos países que la prensa germana llama irónica y despectivamente como el "Club Mediterráneo".

Los últimos en experimentar la severidad de Schäuble han sido, como se sabe, los griegos. De hecho no puede haber dos personas más antitéticas en lo físico que el cristianodemócrata alemán y el izquierdista ministro de Finanzas del nuevo Gobierno de Atenas, Giannis Varoufakis.

Dice la prensa alemana que a Schäuble le sacaron de quicio las fantasías de las que hizo gala el griego cuando le visitó en Berlín. Según aquél, Varoufakis tenía la pretensión de redimir no sólo a su país, sino librar también a toda Europa de las tenazas de la austeridad.

Pero es que además, al menos lo cuenta en sus memorias otro ex ministro de Finanzas estadounidense, Timothy Sylt, Schäuble le confió ya a mediados de 2012 que toda una serie de países europeos estaban ya entonces decididos a expulsar a Grecia del euro, y el propio Schäuble estaba de acuerdo.

En las difíciles negociaciones con Varoufakis, Schäuble pudo contar además con el inestimable apoyo de dos representantes del "Club-Med", el español Luis de Guindos y su colega portuguesa Maria Luisa Albuquerque, que, fundamentalmente por razones de política interna, rechazaron que se hiciesen concesiones a Atenas.

Incluso en los medios más liberales germanos no se oculta la satisfacción por el hecho de que Schäuble lograra frustrar todos los intentos de su taimado colega griego de crear división entre los europeos, demostrando así quién manda realmente en Europa.

Y nadie, salvo algún intelectual como el profesor de literatura Joseph Vogl, se pregunta cómo es posible que se deniegue a un Estado un derecho tan fundamental como es el de poder libremente sobre sus prioridades presupuestarias.

Vogl, de quien aparecerá próximamente en Alemania un libro titulado "Der Souveranitätseffekt" (El efecto de soberanía), critica el que el nuevo Gobierno griego tenga que "doblegarse ante los acreedores aunque ése no tenga nada que ver con la economía clientelista de las viejas elites políticas del país".

Como afirmó en cierta ocasión el economista escandinavo Knut Wicksell, a quien cita Vogl en la revista "Der Spiegel", se trata de proteger a los mercados y a sus representantes de "la tiranía accidental de la asamblea de los ciudadanos".