La Provincia - Diario de Las Palmas

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Inventario de perplejidades

Muerte de un 'cura obrero'

En los obituarios, esa sección del periódico que cada vez se consulta con más interés en la medida que informa sobre el destino último de personas próximas en edad, he leído una biografía de Francisco García Salve, al que muchos conocían como Paco el Cura. A la gente nueva su nombre no le dirá gran cosa, pero en los días finales del franquismo fue un referente importante del movimiento de los curas obreros, aquellos eclesiásticos que se proletarizaron para dar ejemplo de compromiso social. Nacido en un pequeño pueblo de los Monegros, ese desierto aragonés, García Salve quedó huérfano a los cuatro años cuando unos anarquistas mataron a su padre que era guardia civil durante un asalto a la casa cuartel en 1934. Luego, su madre lo llevo a residir a Bilbao a casa de un hermano tranviario que era militante socialista. Vivían pobremente y un sacerdote amigo le recomendó a la familia que solicitase una beca de los jesuitas para poder seguir los estudios. Así lo hicieron y como era un chico muy inteligente y espabilado fue aceptado por la orden ignaciana que se encargó de darle una formación selecta hasta su ordenación. Seguramente hubiera hecho una brillante carrera eclesiástica con los jesuitas pero en un momento determinado su inquietud social le llevó a colgar los hábitos aunque sin renunciar a su condición de sacerdote. Después se fue a vivir a una chabola en Madrid, trabajó en la construcción y en otras muchas empresas y dada su implicación en la lucha obrera y su participación en toda clase de conflictos laborales recibió la carta de despido en innumerables ocasiones. El "cambio de la sotana por el pantalón de pana", como el mismo dejó escrito, le abre otras perspectivas vitales y su elección preferencial por los pobres a la militancia en Comisiones Obreras y en el Partido Comunista, dos organizaciones sumergidas entonces en la clandestinidad. Como consecuencia de ello fue condenado en el famoso proceso 1.001 y estuvo preso durante tres años y medio en la cárcel concordatoria de Zamora que era donde el régimen franquista recluía a los eclesiásticos que delinquían. Hombre eminentemente estudioso aprovecho la estancia entre rejas para hacer la carrera de Derecho, que luego le habría de servir para ejercer como abogado laboralista. Curiosamente, con la llegada de la democracia su trayectoria ascendente en el Partido Comunista se truncó ya que en marzo de 1981, poco antes de la llegada al gobierno del PSOE, fue expulsado de la formación que dirigía Santiago Carrillo por apuntarse a la línea prosoviética en vez de al eurocomunismo oficial. Por esas mismas fechas fue condenado por desacato a la judicatura e injurias graves a altas instancias del Estado por algunas afirmaciones contenidas en su libro Yo creo en la clase obrera. Recuerdo todas estas cosas porque ya es una rareza que existan curas obreros, un movimiento, por otra parte, que le sirvió a la Iglesia católica española para hacerse perdonar su complicidad con el franquismo tras la Guerra Civil. Yo he conocido a bastantes de ellos y en la ciudad donde resido todavía queda uno, Nicanor Rodríguez Acosta, un activista social que con su megáfono anima las protestas de los preferentistas de los desahuciados y las de todos aquellos que reclaman justicia.

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