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Reseteando

Javier Durán

A cuatro patas

Lo del Donald Trump recuerda mucho a un anticomunismo de la burguesía y aristocracia que ensalzaba a un neurótico como Hitler al que luego no hubo forma de controlar. La historia nos sitúa una vez más ante un caballo desbocado, cuya victoria pondría el mundo entero en cuclillas. La profundidad de su vómito interno desfila de nuevo a través de sus comentarios machistas, recogidos en un vídeo que ha provocado una gonorrea mental entre los republicanos: ¡hemos puesto un monstruo al frente de nuestros destinos! A sabiendas de que lo que viene ahora puede ser pescado vendido a partir de la madrugada de hoy, hora del debate de la bestia con Clinton, no me he resistido a contar mi pensamiento antes de irme a la cama: Donald Trump está frente a la candidata demócrata, empieza a ponerse nervioso, su piel está roja, coge el atril, se lo mete en la boca, saca unos papeles del bolsillo, los mastica junto con el plástico, se quita los zapatos, se enrolla los cordones en las muñecas, hace muecas extrañas, suelta burbujas de saliva por la nariz, sus orejas se mueven a un ritmo vertiginoso, se tira en el suelo, se palpa la barriga, se agarra los genitales, empieza a hacer ruidos guturales, se desplaza igual que un gorila, se echa el vaso de agua sobre la cabeza, chasquea la lengua para pillar alguna gota, convierte su traje en harapos, se queda en ropa interior, reclama una biblia, tira el micrófono inalámbrico contra las cámaras, besa el suelo... Todo Estados Unidos sigue paso a paso la delirante situación... Toda América, de una punta a otra, se pregunta si es su final. Los demócratas lo ven salir del plató. Se monta en la limusina y exige que lo lleven a su búnker. Reclama una garrafa de gasolina. Pide a uno de sus lugartenientes que haga una pira de madera. Se unta de grasa. Se despide. Sale a cuatro patas. La primera potencia del mundo aún discute en sus bares de gasolinera sobre la chocante performance del estúpido führer.

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