Crecí y pasé mi adolescencia en una Canarias donde todos mis amigos, nótese el masculino, querían llegar lo antes posible a la mayoría de edad. La principal razón, disponer de la capacidad de conducir y preferentemente tener un coche, a mayor cilindrada y modernidad mejor. Tengo la impresión de que durante años y todavía hoy, en parte, ha sido el automóvil un símbolo de estatus y, en el caso de los hombres, hasta de masculinidad.

El coche desde hace ya muchos años ha sido, y todavía sigue siendo, la estrella en Canarias. Quizá porque al salir de una situación de pobreza casi en los años 80, los canarios hemos intentado mostrar nuestra nueva capacidad económica, marcando distancias con los objetos más tradicionales y lanzándonos en brazos de aquello que sólo unos pocos en el pasado podían permitirse, como los vehículos de motor, mientras que a las personas que van en transporte público o bicicleta se las ve como a personas humildes, sin posibilidad de permitirse comprar un coche, o dicho en otras palabras, gente menos pudiente.

Los datos son contundentes, mientras en grandes ciudades europeas el ratio de coches por cada 1.000 habitantes es de unos 450 como mucho, o en islas turísticas como Mallorca es de unos 400, en nuestro Archipiélago la estadística es de más de 700 automóviles por cada 1.000 habitantes, una de las más altas del mundo.

Yo no tenía esa pulsión por tener coche a esa edad. Poco después, participando en el movimiento ecologista, entablé relación con otros jóvenes que no teníamos ni queríamos coche y me di cuenta de la necesidad, no sólo por cuestiones estéticas, sino sobre todo por razones ambientales y del futuro de las Islas, de la imperiosa obligación de ser coherentes y apostar por la movilidad sostenible.

La movilidad sostenible no significa que no se puedan o deban utilizar los coches, significa la necesidad de buscar fórmulas para el uso racional de los medios de transporte por parte tanto de los particulares como de los profesionales. Como hemos comentado, a esta cultura procoche de la población se une un modelo urbanístico donde se han construido unas islas donde la edificación de viviendas de forma dispersa y la concentración de actividades han hecho muy difícil abandonar el coche, y si a esto le sumamos que la mayoría de las administraciones no han apostado de verdad por la movilidad sostenible y por la extensión de los transportes alternativos, logramos la tormenta perfecta que vivimos en este Archipiélago en la actualidad. Un ejemplo de este problema es que en el reparto de movilidad en nuestra ciudad el coche casi llega al 70% de los desplazamientos y en torno a un tercio de los desplazamientos en coche que se realizan diariamente son de menos de dos o tres kilómetros.

Cuando era responsable de la gestión de proyectos en una ONG ambiental soñábamos con extender la educación vial a la gran masa de niños y jóvenes y con promover el transporte público y el uso de la bicicleta de forma exponencial. Hace justo un año que tuve la suerte y el honor de que me designaran para ayudar a llevar adelante el proyecto del nuevo Gobierno de mi ciudad de acercarse de una forma rotunda a una movilidad sostenible en Las Palmas de Gran Canaria. Estamos trabajando en distintas líneas, pero no es objetivo de este artículo desgranar nuestro trabajo y nuestros proyectos de fomento del transporte público que abarca desde Guaguas Municipales hasta el sector del taxi, o las medidas de calmado del tráfico y peatonalizaciones ya iniciadas.

Las Palmas de Gran Canaria no tiene por qué ser una excepción

Estoy convencido de que esta ciudad no es una excepción. En Las Palmas de Gran Canaria, como en otras ciudades europeas o españolas, la bici puede triunfar, la bici también puede ser atractiva para una gran parte de la población. Pero la bicicleta no triunfará en nuestra ciudad por generación espontánea, esperando un cambio cultural; como en otras ciudades, se necesitan medidas valientes que impulsen infraestructuras y servicios que generen seguridad y comodidad al usuario.

En primer lugar una red de carriles funcional que discurra por las vías y calles principales; esta red debe ser bidireccional y homogénea, muy reconocible por la ciudadanía y que en una segunda fase conecte la Ciudad Alta. En segundo lugar, un sistema público de transporte de bicicletas que supere las deficiencias del actual modelo implantado deprisa y corriendo en abril de 2015. Un sistema con estaciones y bicicletas robustas que genere seguridad al ciudadano, que sepa que siempre puede disponer de bicis en las estaciones, que no deben de distar más de 500 metros, con un número aproximado de 40 estaciones y 450 bicicletas (algunas de ellas eléctricas). Un sistema funcional de transporte con usos máximos de 30 minutos. Estas infraestructuras y servicios, como no puede ser de otra forma, llevarán aneja una inversión presupuestaria.

A todo esto hemos sumado mayores medidas de calmado del tráfico, medidas favorecedoras de la utilización de la bici con otros modos de transporte (intermodalidad) y una fuerte campaña de concienciación ciudadana y escolar, que ya ha comenzado a través del Programa Intercombi y que pretendemos reforzar en 2017.

En Sevilla, Barcelona u otras ciudades se ha logrado que una parte de los usuarios del coche lo dejen aparcado para enamorarse de la bicicleta, en unos años han pasado del 1% de usuarios de la bici hasta aproximadamente el 8 % del total de los movimientos. En 2017, espero que el coche pierda atracción y la bici sea cada vez más atractiva, cómoda y segura. De todos depende, y este ayuntamiento sin duda lo fomentará.