En el mundo ancestral la práctica de la medicina estaba ligada al ámbito de la magia, una realidad que aún persiste en las sociedades muy primitivas. De allí venimos. Pero en los países desarrollados la ciencia ha ido sustituyendo a la magia hasta alcanzar una medicina de muy alto contenido científico que ha sido capaz de aumentar la supervivencia y erradicar enfermedades. A pesar de ello, el mundo mágico aún mantiene su presencia en las sociedades avanzadas. Hay muchos rasgos que lo certifican, por ejemplo: siguen existiendo muchos lectores del horóscopo y los aviones no tienen fila 13, no sabemos si para salvar a los que se sienten en ella o al conjunto de la nave.

Hay sobradas evidencias para pensar que estas actitudes ilógicas están sufriendo una reactivación, especialmente en el mundo político y en el universo de las redes sociales.

En el año 2016 el Diccionario de Oxford reconoció como palabra del año el término posverdad ( post-truth) y la relaciona con "circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión publica que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal". Dicho de otra manera; la emoción, la creencia o la superstición prima sobre la razón y la ciencia. Como es obvio, desvirtuar el escenario científico no nos traerá nada bueno.

En el mundo de la medicina existe una frase clásica que se convirtió en axioma hace muchos años: la medicina es ciencia y arte. Probablemente ya es hora de cambiar el axioma por: la medicina es ciencia y tecnología. El arte tiene que ver más con las emociones y con conceptos médicos periclitados como el ojo clínico y la experiencia como valor exclusivo. En medicina las emociones deben quedar relegadas al altruismo, la empatía y el humanismo con que se debe comprender y tratar a todos los enfermos.

El Ministerio de Sanidad ha reconocido la existencia de 139 actividades que aspiran a entrar en el mundo médico bajo epígrafe de medicina no convencional. En realidad son prácticas acientíficas. Los propagandistas de estas actividades han manejando astutamente la ambigüedad de los términos. El término no convencional, tiene un aire de rebeldía e innovación. Convencional, suena a establishment; a un mundo lleno de intereses y complicidades sospechosas. Por ello, no es aconsejable hablar de medicina convencional y no convencional. Sólo hay un medicina, la científica. El resto son prácticas acientíficas que no merecen el nombre de medicina.

Otra habilidad de los propagandistas de estas prácticas ha sido apropiarse del término terapia, un concepto relacionado a acciones médicas dirigidas al tratamiento de las enfermedades. Y, por si fuera poco, han tenido especial astucia para posicionarse en territorios de vacío legal; hasta el punto que estas prácticas acientíficas no reguladas pueden ejercerse legalmente por cualquiera, con o sin titulación específica. No obstante, cada vez son más los titulados superiores que se unen a este carro intentando hacer valer su cualificación para hacerse con la mayor parte del negocio y "prestigiarlo" con su práctica.

Es más, los impulsores de las prácticas acientíficas han conseguido que una gran masa social esté convencida que actividades relacionadas al bienestar, como el pilates o el yoga, tienen efectos terapéuticos sobre enfermedades concretas. Es decir, las presentan como auténticas terapias. Para ello, han estado durante años intentando legitimarse en convenios con instituciones de prestigio como universidades, sanidad pública y colegios profesionales. La mayoría de estas instituciones se han hecho conscientes de este dislate y han cerrado másteres, convenios, jornadas y similares. Pero aún queda mucha candidez en algunas de estas instituciones; así, por ejemplo, el Servicio Canario de la Salud lleva firmando desde hace tiempo un convenio con una fundación para hacer "musicoterapia" en sus hospitales. Esta es una las prácticas acientíficas reconocidas por el Ministerio de Sanidad en su lista de 139 y la cataloga igual que la "abrazoterapia" y "risoterapia". Dentro de esta dinámica podemos imaginar centenares de terapias. ¿Por qué no "saunoterapia"?

Arribar a la época de la posverdad, en la que el comentario de un premio Nobel se presenta a pie de igualdad que el de un cantamañanas, ha sido una bendición del cielo para las prácticas acientíficas. Siempre, en las redes sociales o en internet, quién quiera convencerse de que le asiste la razón encontrará argumentos, ciertos o no, para autoafirmarse. La posverdad no es una mentira cualquiera, se trata de una manipulación de la realidad cuyo éxito estriba en la predisposición positiva de grandes sectores de la población que encuentran en ella la confirmación de sus opiniones.

Recientemente, pero antes de la era Trump, las autoridades de comercio norteamericanas obligaron a los laboratorios fabricantes de productos homeopáticos a etiquetarlos con la advertencia de que ese producto carece de respaldo científico. Curiosamente, tiempo después de esta advertencia, no disminuyó el número de sus consumidores. ¿Quiénes constituyen este sector de la población con fe ciega en las prácticas acientíficas? Está bien descrito en el último informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, dependiente del Ministerio de Industria y publicado bajo el título: Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología. En el informe se elige a la homeopatía y a la acupuntura como actividades prototipo del mundo acientífico. En el estudio, se identifica a un grupo social que supone el 19,3% de la población española y que se define como: población crítica pero muy poco informada. Los siguientes son sus rasgos definitorios: ser los que menos interés muestran por la ciencia y la tecnología, los que más destacan los perjuicios de la ciencia frente a sus beneficios y los que tienen en mayor consideración la homeopatía y la acupuntura como disciplinas científicas. Pero también hay datos llamativos entre los universitarios, algo más de la cuarta parte cree que ambas disciplinas son muy o bastante científicas. Según los autores del estudio porque las asocian a la medicina que es la actividad científica por excelencia para la población española.

Es difícil luchar contra las creencias en general, ¿quién convencerá a los que creen que el hombre no pisó la luna? y ¿quién a los que sostienen que Elvis vive?

La posverdad funciona; ahí están los triunfos del Brexit y de Trump, construidos con mensajes mentirosos pero aceptados por muchos, simplemente porque ellos lo quieren creer así.

Hablando en su lengua, parece que los astros se han conjugado para que proliferen las prácticas acientíficas. Cuentan con dos impulsos poderosos y sinérgicos: la magia y la posverdad.

Pero los que nos movemos en el mundo científico tenemos el deber de luchar contra la magia y el engaño. Será una lucha larga, difícil y llena de sinsabores pero tenemos la obligación detectar el fraude y ser valientes en su denuncia. En este sentido el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, hace pocos días, ha creado un Observatorio sobre Pseudociencias, Pseudoterapias y Sectas Sanitarias. Este sentido de la responsabilidad social ya había enraizado en colectivos ciudadanos comprometidos con el mundo de la realidad científica. Conviene leer el documento del Grupo Español de Pacientes con Cáncer (GEPAC): Mitos y Pseudoterapias, accesible en su web www.gepac.es o entrar en la página de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP): www.apetp.com. En estas fuentes se puede encontrar la burda realidad de todas estas prácticas acientíficas que, de una forma igual de mentirosa y a modo de maridaje, quieren ahora asociarse a la medicina científica a través de una trampa conocida como Medicina Integrativa.