Ningún relato es inocente. Cuando en 2001, Odisea en el Espacio Stanley Kubrick nos regala su poético viaje hacia el niño de las estrellas, símbolo de un salto evolutivo, es imposible no reparar en su crítica a la condición humana. En Solaris, la célebre novela de ciencia-ficción de Stanislaw Lem, el personaje del Dr. Snaut lo expresa de otro modo afirmando que "no necesitamos otros mundos, necesitamos espejos".

Otro relato más familiar. El 29 de octubre de 1969, a las 22.30 de la costa oeste de EEUU, el primer paquete de datos en forma de dos letras de texto ('LO', intento de 'LOG') viajó los 644 kilómetros que separan la Universidad de California del Stanford Research Institute, dentro del proyecto Arpanet. La revolución digital había comenzado.

Aquella red nació con el propósito de enchufar universidades e instituciones públicas mediante unos aparatos pesados, caros y difíciles de transportar. Hoy la llevamos en el bolsillo y con 3.800 millones de usuarios, sus consecuencias son evidentes en prácticamente toda actividad humana. La tecnología nos ayuda, pero ¿sabemos lo que estamos construyendo?

Casi la mitad de la población mundial no tiene acceso a ella y muchos van a quedar fuera. Inteligencia artificial (AI), realidades mixtas, robótica, bioingeniería, big data? Lo llaman la Cuarta Revolución Industrial. Y siempre en el mismo paquete, la coletilla emprendedora del "we are making a better word" ("Estamos haciendo un mundo mejor").

Al menos desde la pasada década, los términos del discurso sobre el entorno digital han sido planteados desde una dimensión de empresa, en base a una representación idealizada de los emprendedores de Silicon Valley. Ellos están cambiando el mundo, sin duda, pero dicho entorno no se agota en Facebook, Google, Amazon, Apple o Tesla, por más que sean actores innovadores y relevantes.

Expertos como Raymond Kurzweil aseguran que en pocas décadas el desarrollo tecnológico será tan exponencial que superará nuestras capacidades, con unas consecuencias que hoy no podemos prever. También afirma que superaremos los límites de la biología y la conciencia humanas.

Mientras unos se cuestionan si esto será posible, otros se preguntan cuándo. El desarrollo de la AI ha alertado a científicos, escritores y humanistas como Stephen Hawking, Nick Bostrom, Javier Echeverría y Nicholas Carr. La integración humano-máquina, la utopía del ciborg anunciada por Donna Haraway, es una realidad con la que tendremos que convivir.

La ULPGC no puede ser ajeno a esta realidad como motor incansable de fabricación del talento canario, promotor de la industria 4.0 y como foro abierto para la preparación inevitable del futuro a través de la investigación, desarrollo, innovación y transferencia de conocimiento a la sociedad. Por ello hemos querido organizar un encuentro sobre estas cuestiones en colaboración con The Future ON, colectivo que promueve el diálogo tecnología-sociedad, además del Gabinete Literario de Las Palmas y el diario LA PROVINCIA.

La propuesta más llamativa será sin duda la creación de un augmented human (humano mejorado) como anticipo de un debate donde abordaremos algunas cuestiones de actualidad sobre estos temas: privacidad, ciberataques, relación humano-máquina y democracia y parti-cipación.

Toda nueva tecnología genera promesas y peligros potenciales. De un lado la posibilidad de empoderar a individuos y comunidades mientras se crean oportunidades para el desarrollo económico, social y personal. De otro, la amenaza de marginar grupos, exacerbar la desigualdad y generar inseguridad. Dar forma a esta revolución en beneficio de todos requerirá nuevas formas de colaboración y de gobernanza, responsabilidad colectiva y una narrativa compartida e inclusiva.