Me van a perdonar la apatía, la falta de esperanza e, incluso, el tono ácido de este artículo. Es que soy mujer y hoy tengo muy pocas ga-nas de celebrar el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, pues el mero hecho de tener un día -en el S.XXI- en el que reivindicar que no nos peguen es, cuanto menos, vergonzoso. Este texto va dedicado a Matilde Teresa de Castro (Madrid), de cuarenta soles a sus espaldas y asesinada el 1 de enero. Seguro que sus propósitos de año nuevo eran bien distintos. También es un guiño para Laura Nieto Navajas (Toledo), de veintiséis primaveras, exterminada el 11 de febrero. No me quiero olvidar de Yurena López (Telde, 1994-2017), eliminada el 31 de marzo, y así un total de cuarenta y cuatro mujeres a las que también quiero tener presentes: seis en enero, nueve en febrero, tres en marzo, cuatro en abril, cinco en mayo, tres en junio, dos en julio, cuatro en agosto, dos en septiembre, cuatro en octubre y dos en noviembre? Y el reloj sigue corriendo en contra de todas las que fallecerán antes de que nos terminemos de comer las uvas, porque esto no tiene tra-zas de parar. Pero aquí no acaba la violencia de género, no. Por desgracia no se acaba con la muerte ni con un puñetazo ni con una humillación ni con una obligada pérdida de tu identidad. Hay otra cara, aún si cabe, más cruel: los asesinatos de los hijos como venganza contra nosotras. Estas palabras también van para ti, Míriam, de dieciséis meses, o para Amets, de siete años, y su hermana de nueve. Para los ocho niños que han asesinado sus padres en lo que llevamos de 2017 con el fin de hacerles daño a sus mujeres. Va por ellos y por los otros quince entre el 2013 y el 2016. (Suspiro). Cada vez me siento un poco más pequeñita, un poco más cansada. ¡Qué duro es ser mujer! Sigo con las dedicatorias. También escribo para todas esas jóvenes que en España son violadas cada ocho horas según Interior y, por supuesto, para ti, X, que te están haciendo vivir un calvario por intentar reponerte a una de las peores experiencias de tu vida. Que a pesar de las pruebas siguen insistiendo en que te dejaste violar, que casi lo pediste a gritos? Pero no te dejes engañar, X. Realmente te están juzgando por ser mujer, porque esa es nuestra condena.

Ya avisé, en los primeros renglones, de que pocas palabras serían de fuerza, pero es que no encuentro de dónde sacarlas y siento, querido lector, te juro que siento contagiarte mi melancolía. No avanzamos en materia de igualdad, de respeto, de valores y principios. No avanzamos en civismo ni es sentido común, en amor al prójimo, en lo que quiera que sea necesario para terminar con esta lacra de mierda que está acabando con nuestras mujeres. Y cada vez tengo más miedo, porque los adolescentes están normalizando la violencia de género, el control, la manipulación y, ya puestos, el llevarse una bofetada por desobediente, por puta, por mujer. ¿Cuál es la solución? Dímela tú porque yo no la encuentro. ¿Enseñar a los futuros hombres a no maltratar, a no asesinar, a no violar? Porque si tenemos que llegar a eso, apaga la luz y vámonos. Todas las que ya no están y las que están y son maltratadas, todas las que permanecen vivas pero a las que les han arrancado a sus hijos a cuchilladas o a golpes y todas las que cada noche lloran acurrucadas en la almohada mientras en su mente reviven una y otra vez cómo abusaron de su cuerpo y mataron su alma, todas esas somos nosotras: tú y yo. Las olvidadas, las víctimas que acaban siendo señaladas como verdugos, las mujeres. Las que tienen un día para gritar que no les peguen, que no las violen, que no les asesinen a sus hijos, asqueroso ajuste de cuentas conyugal? Lo dije, poco tengo que celebrar. Lo haré el día que no haya que celebrar la violencia contra nosotras, porque significará que se ha acabado. Una utopía, tal vez. Pero por ellas, por Matilde, por Laura, por Yurena y por mil más, hay que seguir creando consciencia y yo, yo solo sé hacerlo así, a través de lo que estás leyendo.