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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

La contrarreforma

En la derechona el liderazgo renovador no viene a ser una transubstanción que absorbe con pajilla propuestas de la izquierda. No le interesa: su votante natural casi nunca va a renegar de su ideología para acoger en su seno iniciativas como la eutanasia, una ley del aborto aperturista o el matrimonio entre homosexuales. Y si lo hace durante algún tiempo -interregno marianista- es pensando en que llegará un día en que el viejo orden volverá a imponerse a la anomalía: todo será lo que ha sido siempre. Es la tesis con la que Casado llega a la presidencia del PP, predispuesto -en el gobierno ya veremos- a dedicarse a frotar las esencias más conservadoras para sacarles brillo electoral. La contrarreforma.

En los intersticios de las banderías peperas está amparado por una a la que no le cabe ninguna corrupción más dentro del maletín, los legados cesaristas de Aznar y Aguirre, cuyas respectivas gestiones dejaron tras de sí un incendio de encarcelados y ajusticiados que le reventó en la cara a Rajoy. Semejante pandemia no ha sido suficiente entre la militancia para abrir cortafuegos contra Casado y sus padrinos: de hecho, el argumento de que el entrante pueda ser imputado por el caso del máster y la confusa finalización de su carrera de Derecho no ha sido para nada un elemento disuasorio. Ya veremos cómo se resuelve una incidencia de este tipo en tiempos de tolerancia cero contra la corrupción.

El joven líder ha recurrido a la artillería de la derechona nacional frente a la desideologización de Sáenz de Santamaría, que en campaña hasta se ha autocensurado a la hora de reconocer su identificación con ideas socialdemócratas, mientras que su oponente presumía de su talante sin complejos al autoafirmarse en sus tendencias carcas. Sin ir más lejos, en este deseo de transparencia, su mentor Aznar ha sido un avanzado en metabolizar la mentira de que Irak tenía armas de destrucción masiva y que ello justificaba la guerra. George Bush y Tony Blair han reconocido el embuste. El expresidente español, por su parte, mantiene la falsedad en sus conferencias internacionales. No tiene complejo alguno. A Pablo Casado le precede una buena escuela.

Las primarias con matices resitúan al PP en el mapa político nacional. Ante un gobierno socialista sostenido por Podemos y los nacionalistas moderados y radicales, el partido de la era posmarianista resuelve sacar a la luz sus espantajos más antiguos para hacer oposición. Casado sabe que hay un sustrato poderoso de votantes católicos que reniegan de la pasividad de Rajoy en los temas que les incumben, y que también están en guardia ante cuestiones referidas a la laicización de la estructura educativa y la consiguiente pérdida de influencia de la Iglesia, o ante los efectos de un cambio constitucional en la unidad de España.

En esta nueva recolocación de intereses aparece la incógnita de Ciudadanos. Rivera tiene que competir con el perfil siamés, al menos físico, de Casado. No solo eso: tiene que retener el trasvase de votos del PP desencantado con Rajoy. De manera inversa, el nuevo líder debe seducir a los que se fueron. ¿Pero lo puede hacer con un discurso tan conservador y rodeado de aznaristas y aguirristas? Siempre le queda el parricidio.

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