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CRÓNICAS GALANTES

Vuelven los años del NO-DO

Primero fue la tumba de Franco y ahora, Gibraltar. Ya solo falta que se ponga de moda otra vez el Seat 600 para que España regrese a los años del NO-DO en blanco y negro que tantas nostalgias suscitarán, sin duda, en una población de suyo envejecida como la de este país.

El asunto de Gibraltar, que es un peñón y a la vez un peñazo, ha resucitado por la vía indirecta del brexit. Al abandonar la Unión Europea, los separatistas británicos dejaron colgados de la brocha a los irlandeses del norte (curiosamente llamados "unionistas"), a los escoceses y, por último, a los gibraltareños. Todos ellos habían votado a favor de la permanencia en el club europeo; y ahora han de cargar, como es lógico, con la decisión mayoritaria de sus connacionales.

Al igual que el Ulster, la colonia británica pasará a convertirse en frontera exterior de la UE, con los inconvenientes que eso acarrea para todas las partes en conflicto. Una aduana es siempre un estorbo que obstaculiza la libre circulación de personas y mercancías, como acaso comprueben a no muy largo plazo los ciudadanos del propio Reino Unido.

Todo ello ha quedado resuelto, al parecer, con el acuerdo sobre la tocata y fuga de Gran Bretaña aprobado esta semana por la Unión Europea. En lo que atañe a la anacrónica situación de Gibraltar, particularmente, todo el mundo salió ganando, como suele ocurrir en los partidos de fútbol y en las elecciones.

La premier británica Theresa May proclama que España no ha conseguido nada de lo que pretendía; a la vez que su colega Pedro Sánchez sostiene que la última palabra sobre el Peñón la tendrá siempre el Gobierno español, y no la UE. Parecen opiniones un tanto contradictorias, pero el caso es que nadie queda insatisfecho. Salvo, quizá, los diputados británicos, que no están muy por la labor de refrendar el acuerdo suscrito por su primera ministra.

Lo de Gibraltar no es siquiera un contencioso original. Son muchos los países que cuentan con su propia reivindicación territorial, de la que los gobiernos suelen echar mano cuando se encuentran en apuros.

Probablemente una mayoría de británicos ignorase, por ejemplo, la existencia de las islas Malvinas hasta que un generalote de Buenos Aires dio la orden alcohólica de invadirlas. Su propósito, envuelto en el celofán del patriotismo, era el de tapar los desmanes de la Junta Militar que en los años setenta sojuzgó a Argentina.

Tampoco serán muchos los españoles que estén al tanto de la reclamación que Portugal viene haciendo -sin mucho énfasis, cierto es- de la ciudad de Olivenza, u Olivença, desde que hace un par de siglos la perdió en la breve y casi incruenta Guerra de las Naranjas.

Gibraltar es algo más conocido que los anteriores ejemplos por antiguas razones geoestratégicas vinculadas al paso del Estrecho y, sobre todo, a la boda de John Lennon y Yoko Ono, que tanto juego dio en su momento a las revistas del colorín. Pero tampoco es un asunto que quite el sueño a la gente preocupada por llegar a fin de mes. Sorprendentemente, es un fenómeno algo lejano como el brexit el que ha venido a devolver a los telediarios ese histórico litigio del Peñón. Si lo sumamos al desentierro de Franco, la Seat debiera ir pensando en sacar al mercado una edición Vintage del mítico 600. La vuelta del NO-DO ya parece más difícil, aunque nunca se sabe.

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