La política de este país se ha embrutecido más de lo que solía hacerlo. Y eso que todavía no sabemos lo que pasará hoy en Barcelona, con ese consejo de ministras y ministros cuya celebración debería ser tan normal como tomarse unas bravas en casa Tomás (Gran de Sarriá) Pero no, porque al mismo tiempo que se celebran los cuarenta años de Constitución, se apela al frentepopulismo antifascista contra un partido de extrema derecha que entre todos estamos haciendo crecer nombrándolo tanto, yo no pienso hacerlo. Bueno, entre todos no, hay un señor especialmente empeñado en ello, un tal Ánsar, que disfruta y se deleita con todos los cachorrillos montaraces que le siguen. Es una especie de coronel Kurtz pero en pequeñito, en castellano antiguo, en político bastardo y demediado, un ser inclasificable en la historia de la inmundicia.

Nos estamos equivocando con la memoria histórica, también, con ese consejo o mesa de la verdad, o como se le quiera llamar. Consigamos que los familiares de las víctimas, todavía sus restos esparcidos en cunetas, los entierren como se merecen y punto. No recordemos más el pasado como recreación porque todos los partidos, insisto, todos, tienen muchos lados oscuros que vale más no remover. La memoria histórica se ejerce leyendo, cada uno lo que quiera, y si no quiere hacerlo que no lo haga. Invitemos a la lectura pero no obliguemos a la constante exposición impúdica del pasado.

Nos estamos equivocando clasificando y compartimentado a los seres humanos por su condición de género o sus gustos sexuales. Todos deben tener sus derechos y su reconocimiento, y estos deben ser respetados y protegidos, por leyes eficaces, sobre todo en el caso de la violencia machista. Pero, por favor, no fabriquemos etiquetas infinitas. Yo no me he considerado nunca un hombre sino una persona, y a mis amigos gays, personas como yo, y a las lesbianas y a los transexuales y los que se incorporen a la lista son, por encima de todo, personas, como todas mis amigas. Persona, palabra preciosa, por su etimología y porque además se dice en femenino.

No nos equivoquemos más, busquemos un país de convivencia, de progreso, de personas con derechos consolidados y garantizados, y también con deberes. Busquemos una realidad distinta a la deformada en los espejos del callejón del gato. Porque de lo contrario, estamos condenados a convertirnos en un esperpento de nosotros mismos.