El meteorito de unos diez kilómetros de diámetro que cayó hace unos 65 millones de años en la península de Yucatán no fue el responsable único, ni siquiera el principal, de la extinción de los adorados dinosaurios. Siempre se trató de una hipótesis, pero en los últimos años se ha debilitado. El meteorito de Yucatán contribuyó a la extinción del 75% de la vida terrestre, pero los principales responsables fueron los cataclismos (y en especial los cambios atmosféricos y climáticos) que originaron explosiones volcánicas en lo que hoy es el norte de la India. Los científicos insisten en que los dinosaurios y demás fauna del Cretácico no desaparecieron en 24 horas. Ni en 24.000 años. Fue una extinción masiva, pero se tomó pacientemente su tiempo.

Las élites políticas contemporáneas se caracterizan, precisamente, por sus reflejos geológicos, por su obsesión autorreferencial, por haber transformado sus aptitudes en habilidades de mercadotecnia electoral. Creen disponer de 24.000 años por delante y que el futuro vendrá a comerles de la mano (con orden y disciplina o con libertad empoderante) porque el futuro es domesticable. Por mi parte dudo que el debate del estado de la nacionalidad en nuestras ínsulas baratarias -en realidad cualquier debate en el ámbito de lo político institucional- sea simplemente comprensible dentro de un cuarto de siglo. Me temo que en sentido estricto no sabemos lo que se nos viene encima mientras escuchamos las inútiles exhortaciones de un lado y los tronantes insultos del otro. Lo que se agota es el futuro, lo que no sabemos es lo que vendrá a continuación del futuro. El futuro es una creación relativamente reciente. Hace unos cuantos siglos el futuro -para la inmensa mayoría- era un concepto casi inimaginable. Solo existía como deterioro y muerte. La realidad socialmente construida era cíclica. El futuro ha existido muchos años -todavía no se ha agotado del todo- como ilusión y expectativa de cambios sobre los que se basaba un ideal de progreso individual y colectivo. A medida que el cambio emancipador de las estructuras sociales parece imposible y el reformismo es cada vez más estrecho -la depauperada ciudadanía advierte que no ha vivido una crisis, sino una trasformación irreversible de empleos, mercados y créditos que congela la movilidad social- el futuro como categoría social se evapora. Y sin futuro el discurso político contemporáneo se torna insignificante. Y algo parecido ocurre con los modelos de interacción social. Han cambiado rápidamente y cambiará mucho más porque la misma percepción de la realidad se ha transformado privilegiando a la tecnología informacional como eje de relaciones y ámbito de la información, el aprendizaje y la experiencia mientras las relaciones personales, intersubjetivas, cada vez tiene un papel más secundario. Nuestra imaginación individual será a la vez consumidor de contenidos y mercancía tasada entre las grandes empresas digitales.

Nada de esto afecta a la praxis política cotidiana ni parece que lleve a reflexiones sobre las relaciones entre democracia representativa y estas aceleradas metamorfosis sociales, intelectuales, simbólicas y emocionales. De verdad que es patético contemplar a pequeños cautelares queriendo fulminar a los gobernantes. Es insoportable que hasta lo más obvio y urgente no merezca un esfuerzo de consenso. Nos observarán en los documentales del siglo próximo como bestias incomprensibles que no supieron que ya ni siquiera éramos nosotros mismos.