El centenario de César Manrique no es la celebración de un aniversario para revitalizar la obra de un artista olvidado, sino más bien una conmemoración de su omnipresencia entre los canarios y entre miles de millones de turistas que se rinden ante los espacios que creó en Lanzarote, a lo que hay que añadir el atractivo teórico de una intervención artística en permanente investigación por su programa Arte y Naturaleza, verdadero antecedente de la preocupación ecológica que recorre el mundo hoy día. No hay, por tanto, un enfoque único: su legado es poliédrico, pero si hubiese que subrayar un aspecto eminente ese sería, sin lugar a dudas, su reconocimiento como proveedor de las herramientas para articular un avance determinante para la sociedad.

Desde Taro de Tahíche, sede de la Fundación que lleva su nombre y primera casa lanzaroteña del artista, se despliega un ambicioso centenario que trata de abarcar toda la riqueza manriqueña. Está la exposición Universo Manrique en el CAAM, el musical de Mestisay y Clapso, ediciones, documentales, películas, acuerdos con empresas privadas para divulgar su obra y su vida, un convenio con el Instituto Cervantes como plataforma internacional, debates con escritores, artistas, pensadores y periodistas... Una lista interminable y multidisciplinar que refleja, a su vez, el protagonismo que Manrique quiso dar a su Isla, a la que convierte a partir de los años 60 del siglo XX en un caso único de desarrollo turístico sostenible, ajeno a los modelos especulativos que empezaban a surgir por la costa española.

El ideólogo de los Jameos del Agua, de la Cueva de los Verdes, del Mirador del Río o del Jardín de Cactus muestra al mundo de lo que es capaz el calor que brota de las Montañas del Fuego. Una acción publicitaria, grabada por las cámaras de televisión, que cruza fronteras y que rompe esquemas en una España dictatorial que ve en el turismo una fuente de ingresos, al tiempo que lo utiliza para mejorar su maltrecha imagen internacional. Estimulado por su amigo y político Pepín Ramírez, el artista abandona su residencia en Nueva York y se convierte en el impulsor que materializa en proyectos concretos la intuición de que Lanzarote podía ser un referente.

César Manrique imprime de personalidad paisajística y cultural un territorio único, de cuyo valor aún no eran conscientes unos habitantes sometidos a crisis cíclicas por la falta de agua y destinados a emigrar en busca de mejores oportunidades. Convencerlos de que existe otro horizonte va a ser otra de las prioridades del artista. Publica el libro Lanzarote: arquitectura inédita como pieza clave de su labor pedagógica, y toma la decisión de construirse su residencia bajo varias burbujas volcánicas, todo ello con el entusiasmo de fomentar un estrecho vínculo entre los lanzaroteños y su tierra.

El centenario trae consigo el propósito de abundar e insistir en el aspecto ético de César Manrique, la más espinosa de sus facetas. Él mismo protagonizó enfrentamientos sonados con grupos empresariales que ponían en riesgo el modelo conseguido, a los que frenaba con la autoridad de su fama y el ascendente que tenía sobre la clase política.

Lanzarote no se puede entender sin este forcejeo alrededor del crecimiento urbanístico, una coyuntura que ponía en peligro la idea Arte y Naturaleza y que llevó al artista a emplear sus ganancias personales en levantar la Fundación que lleva su nombre. La casa de Tahíche no es sólo una de las principales fuentes de ingreso de una institución sin subvenciones públicas, sino que también trata de mantener vivo el legado manriqueño, ya sea en la vertiente ética como en la patrimonial.

En la monumental herencia de Manrique también tiene un lugar su arte, sobre todo su etapa en Madrid, una plástica, en todo caso, que se cuela en su obra espacial, cuyo desarrollo venía dado por su enorme genialidad a pie de obra, dejando los detalles técnicos a otros. El centenario servirá para excavar en su creatividad, en sus influencias y, sobre todo, en expandir su forma de actuar y de pensar frente a un problema que, lejos de remitir, sigue siendo para Canarias una especie de mantra: ¿cómo crecer? Las recetas que aplicó en los años 60 en Lanzarote serían de difícil realización en la Canarias actual, donde un artista se las vería y desearía para obtener el beneplácito para una intervención que afecte a un entorno natural.

En todo caso, su ejemplo resulta imperecedero para creer más en la utopía, en el sueño, en los cambios sociales, en la necesidad del humanismo frente a un mundo cada vez más tecnologizado, en el papel del artista como elemento a tener en cuenta en la construcción de una sociedad con mayor bienestar, la relevancia de las ideas contra la fuerza del factor rentabilidad... Vivamos este centenario con la mayor apertura de miras.