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Erdogan amenaza al mundo

A pocos días de la matanza en las mezquitas de Nueva Zelanda, el presidente turco, golpista y represor, que ha encarcelado a miles de ciudadanos por seguir a un predicador residente en América, ha hecho unas declaraciones que son una verdadera agresión a la comunidad internacional. El mentado presidente ha dicho que lo pagarán: ¿quiénes? Pues cualquier país que no sea de confesión musulmana. ¿Dónde? No importa, allí donde mas duela, en los centros de las ciudades de Europa o América, en Filipinas, en Egipto o en cualquier otro lugar donde ya están disponiéndose a atacar; es cuestión de tiempo y planificación, porque el material humano ya lo tienen.

También hace muy poco que el presidente en jefe del mundo Trump dio por finalizado el utópico califato del ISIS con la derrota de los últimos combatientes en Siria. Pero ha vuelto a desbarrar con la pretensión de reconocer los Altos del Golán para Israel, una usurpación y ocupación de una región extremadamente sensible e importante, sobre todo por el agua, y el control tanto de Siria como de Líbano. Este duro y doloroso paso viene después de abrir embajada en Jerusalén, dinamitando la difícil situación política y militar de la región que no aguantará mucho más y haciendo borrón y cuenta nueva de un conflicto que desde los acuerdos de Camp David, con sus altos y sus bajos, venía alentando EE UU según el presidente de turno.

Las palabras de Erdogan tienen un gran significado en el mundo y en el entramado cultural y jurídico de muchos estados musulmanes: la venganza. La venganza que en su andadura va de evitar un daño mayor por la equidad en su aplicación, está presente en cada estado: unos lo llaman justicia, otra justicia reparadora y otros, derecho a la reposición de lo ultrajado, con confinamiento, remuneración o trabajo.

Estos pueblos del Libro, cristianos, musulmanes, judíos, como se llamaban antes de las atrocidades que ha visto el siglo XX y XXI, tienen en sus orígenes escrito y asumido el acto de la venganza, teniendo en cuenta que en muchas ocasiones el daño causado se diluye con el que se va a causar, liberando así al vengador, mediante la justicia legal, del ultraje recibido; sea esta un individuo, una comunidad, una tribu o un país. Ya lo puso en práctica Barack Obama con Bin Laden, en directo con su equipo, donde hubo una fiesta y gritos... gritos de que los ciudadanos norteamericanos habían cumplido con su mandato: vengar el 11 S.

El otro pueblo del libro lo tiene más claro. La tensión en Oriente Próximo es máxima con el último lanzamiento de un misil que esta vez cayó, desde Gaza, en plena zona urbana, hiriendo y destruyendo varios inmuebles. La venganza de los sionistas es la destrucción masiva o la selectiva: o arrasan la casa de la familia del presunto o mandan una lluvia de fuego sobre Gaza, fragmento de territorio que no puede más con sus fuerzas. Los judíos del nuevo estado de Israel, después de los juicios de Núremberg, no quedaron satisfechos y fueron limpiando el mundo de nazis allí donde se escondieran. La venganza más elaborada y precisa fue la que los llevó a matar uno a uno a los participantes en la masacre de los atletas israelíes en las olimpiadas de Múnich en 1972.

Así, con el aliento de las grandes potencias que nos manejan como hilarantes marionetas, están en juego, como creo que no ha estado antes, aunque las guerras se libran de otra forma, el mundo mundial, que ha quedado en plano más nítido que nunca gracias a las innovaciones tecnológicas en la red, los hackers y las fake news como ha pasado con las maniobras tenebrosas de China, Rusia o EE UU; o la Europa que se desangra y con ella la utopia de los estados federados; la India y Pakistán al borde de un cataclismo con su potencia nuclear y media África muriendo de hambre y sed y sin poder emigrar a ningún sitio, porque su sitio es el osario en que se está convirtiendo esa parte del mundo.

Ni los niños tienen ya pecho donde lactar, ni las madres alimento para saciar y aliento para susurrar al que está en el suelo, porque los brazos han cedido sus partes a la tierra, extendidos, famélicos, exhaustos. Ni los buitres tienen ya carne para hurgar, pellejo que picar, ni tuétano que succionar y para esto no hay justicia.

Estamos en una situación extrema, y mal que nos pese, a la espera de dónde será el siguiente estampido de terror, porque la venganza, el juicio sumarísimo de la historia, no importa cuánto tiempo esté enfriándose para servirse.

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