Hugo von Hofmannsthal fue un hombre principal de su época, si no olvidado seguro que preterido en los tiempos actuales. Poeta desmesurado y sublime en su juventud, la piel le cambió a dramaturgo irrepetible en su época de madurez.

Puso en marcha con Max Reinhard y Richard Strauss el festival de Salzburgo, donde su Jederman es cada año santo y seña del festival que no podría existir sin su ritual y recurrente escenificación anual en la plaza de la catedral. Jederman es una obra de natural protestante e inglesa que dos judíos, Hugo von Hofmannsthal y Max Reinhardt, desde agosto de 1920, le colaban ante sus ojos , pintándole en cierta forma la cara, año tras año, al irredento arzobispo archicatólico de Salzburgo.

Jederman es pieza teatral que trata la muerte de un hombre rico, alegoría de la decadente y después moribunda Austria, a quien la muerte visita y le anuncia, en medio de una fiesta con su amante y amigos, que ha de morir en una hora. Sin suerte, busca Jedermann la compañía de alguien que recorra a su lado el fatal y corto itinerario final, siendo rechazado por todos: sólo una escuálida persona que no es otra cosa que sus escasas buenas obras realizadas en vida, guiará a un Jedermann pobre y solitario en su último viaje.

La obra debe empezar a las cinco, cuando la luz del sol refleje en el escenario la sombra de la torre situada enfrente de la catedral para que cuando la muerte se agarre al protagonista la sombra se cierna sobre él y cuando muera nuestro Jederman la oscuridad sea total en la plaza enfrente de la catedral.

Pero si hablamos de Hofmannsthal me conviene no olvidarme de la Carta de Lord Chandos, una ficción acerca de un caballero con alma grande de poeta que se desplaza a la campiña inglesa en una suerte de despedida a la francesa y tiene al público esperando los resultados poéticos de su retiro que nunca llegan.

Al fin escribe al primer hombre de la época, Lord Bacon, canciller y sabio, para decirle que entender con palabras lo que se pueda vivir o definir de la realidad es algo ilusorio. En definitiva, la tesis es que la literatura no puede expresar la realidad. Nunca podrá sustituir lo que se ha vivido con palabras. En lugar de dedicarles a las cosas conceptos hemos de sustituirlo por la cercanía de esas cosas.

Chandos no va a escribir lo que se esperaba de él ni va a inmortalizarse por sus sublimes poesías. En su lugar vive la realidad alternativa cabalgando por los campos ingleses y entrando en contacto con la cosas de las que no quiere, no puede, hablar. Chandos no ve divorcio entre el mundo espiritual y el mundo físico, ¿quién es el hombre para hacer planes?

Chandos no podía hablar de política ni de literatura porque las palabras incapaces para dar la opinión esperada se le deshacían en la lengua.

Todo lo dicho en vida era indemostrable, la proximidad a las cosas era real. Si conceptualizaba algo las partes, estas se disolvían en partes y estas otras en otras partes, las palabras eran volátiles, no servían para la concreción.

Los más grandes y sublimes debates le obligaban al error cuando tenía que expresarlos con palabras.

Como en Hamlet: "Díselo tú, e infórmale de cuanto acaba de ocurrir... ¡Oh!... Para mí solo queda ya... silencio eterno". Al final, el silencio.

José Francisco Henríquez Sánchez. Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y Economista