La muerte de George Steiner debería ser más relevante que la desaparición de Kobe Bryant, pero ha habido que olfatear el rastro póstumo del Über-pensador por los rincones. En ocasiones así cuesta resistir la tentación de sentenciar que ha fallecido el último intelectual europeo, salvo que ahora es cierto. Le sobrevive una nómina de epígonos sin españoles. Zizek, Sloterdijk, Krastev, Runciman, Gray, Lévy, Massini. De acuerdo, la suma de todos ellos no iguala al protoeuropeo nacido a la vez en francés, inglés y alemán.

Por mucho que la salud obedezca a sus protocolos, la muerte de Steiner parece una consecuencia lógica del brexit, el descuartizamiento de la Europa de los cafés y los periódicos preconizada por el profesor en Cambridge, Oxford y Harvard. Atesoraba todo el conocimiento que merece la pena, de ahí que sus devotos no siempre le leyeran. Se perdían aspectos poco complacientes de su argumentación, como su conclusión de que la relación entre profesor y alumno siempre incluye una componente homoerótica.

Razonar no es dar la razón, y el lector de Steiner sabe que se dispone a aprender, no solo a confirmar sus prejuicios. Las frustraciones de los grandes hombres están a la altura de su genio, y este polígrafo cambiaría toda su producción por una novela decente. Leyendo el abnegado fracaso de El traslado de A.H. a San Cristóbal, donde las iniciales corresponden cómo no a Adolf Hitler, se confirma que la ficción es una broma solo al alcance de los inconscientes. El arquitecto de traducciones memorables no podía dar rienda suelta a su imaginación, se detenía a pensar.

Quienes no siempre han leído a Steiner recomiendan su producción más empalagosa, empezando por el maldito Después de Babel. Es difícil proseguir con esta enciclopedia tras tropezar con la extraña aportación de que "hay evidencia de que la descarga sexual en el onanismo masculino es mayor que en pareja", sustanciada además en que "el factor determinante es la capacidad de conceptualizar de modo especialmente vívido". La decepción equivale a la lectura de Masa y poder de Elias Canetti. Ambos pensadores ganan en la obra desperdigada, como las admirables entrevistas a Steiner de Ramin Jahanbegloo o de Un largo sábado. El profesor fallecido citaba a Ortega en "al pensar nos quedamos solos". Ese aislamiento es el avance de la muerte entendida como la culminación de una tarea con el subsiguiente salto a la irrelevancia, unos días después de la extinción de su Europa.