Uno, la mayoría de las veces, intenta ser un individuo consciente de lo que sucede a su alrededor. Se da cuenta, como ciudadano, de lo poco habilitada que está su ciudad para las personas con movilidad reducida. Se da cuenta pero no lo experimenta de primera mano porque por suerte puede sortear los obstáculos como Dios le da a entender. El problema comienza cuando, por un tropiezo, tienes que descubrir en tus propias carnes la odisea que supone para alguien que está en silla de ruedas desplazarse por Las Palmas. Escribo este artículo con un yeso en la pierna derecha cuya finalidad es curarme la fractura de tobillo que me produje el pasado martes al bajar de la acera y pisar el agujero de un asfalto en pésimas condiciones. ¡Ya sé, ya sé! Podría haber denunciado al Ayuntamiento pero te complican tanto las cosas con la burocracia -cuya finalidad es que te aburras y no los denuncies- que, dadas mis circunstancias, acepté el jaque mate. La verdad es que no sé si cuando me dieron el diagnóstico lloré más por la noticia o por las ocho semanas que iba a estar de baja con el importante descuento de la Seguridad Social en mi sueldo. ¡Jaque mate mate! Después de varios días de encierro y de las constantes súplicas de mi familia para que saliera a dar un paseo en silla de ruedas acepté -más por felicidad de ellos que por la mía propia, pero la familia es lo primero- y fue entonces cuando descubrí que la ciudad, además de lucir orgullosamente la alegoría "Érase una vez el Carnaval", podría también lucir, no con el mismo orgullo, el título "Las Palmas: ciudad de yincana para la movilidad reducida". Y esto no lo digo desde el cabreo por mi situación, no malinterpreten mis palabras. Mi mal, si Dios y los médicos quieren, tiene fecha de caducidad pero hay muchísimas personas cuya situación es de por vida y lo único que encuentran a su paso son aceras con baldosas levantadas. Aceras con las tapas de las alcantarillas salientes. Largas aceras sin un lugar por el que bajar. Pasos de peatones que, cuando finalizan y quieres volver a la seguridad de la acera, el bordillo tiene demasiada altura para que puedan subir las ruedas de la silla. Y ya no hablemos de los constantes agujeros en la carretera, a las que no les vendría nada mal un buen asfaltado -mi tobillo derecho da buena fe de ello- cosa que no sucederá hasta dentro de tres años, cuando vuelva a haber elecciones. Ojalá esos 1,2 millones de euros que el Ayuntamiento adjudicó a la "mejora" de la movilidad en la ciudad para el carril bici los hubiese destinado para la mejora de la movilidad para las personas, valga la redundancia, con movilidad reducida. Insisto, mi mal tiene fecha de caducidad pero, por favor, si alguna vez ven a cualquier persona en silla de ruedas intentando sortear la yincana que supone nuestra ciudad para ellas, ayudémoslas. Hagamos entre nosotros, los ciudadanos, lo que los políticos no tienen intención de hacer. Como diría Millán-Astray de Mientras dure la guerra: ¡Ahí lo dejo!