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Editorial

Eficacia y cordura en la contención del coronavirus

Las altas cotas de progreso científico alcanzadas por la humanidad no son una patente de corso que impermeabiliza al mundo frente a epidemias o desastres naturales. Los niveles conseguidos en la protección de la salud, la extensión de la sanidad universal o los conocimientos estratégicos en prevención nos hacen más fuertes frente a fenómenos como el coronavirus, conocido como Covid-19, pero en ningún caso deben ser premisas para pensar en la omnipotencia.

Prueba de ello es el brote de China, en Wuhan, con 79.251 contagiados hasta ayer y 2.835 muertos, el epicentro chino de un virus "con potencial de pandemia", según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que por ahora ha puesto en jaque a 54 países del planeta, entre ellos España con 51 casos (dos altas), siendo Italia con 1.128 casos y 29 muertos el país de la UE más afectado. Fuera del continente, entre las zonas más calientes, Irán con 43 muertos y 270 casos y Corea del Sur con 3.150 y 17 muertos al cierre de esta edición.

Canarias, con cinco casos, no ha escapado a los efectos del coronavirus.

El episodio de contención más llamativo ha sido el aislamiento de unas mil personas en un hotel de Tenerife, una reclusión que se cerró con la verificación de cuatro contagios entre ciudadanos italianos. El Gobierno regional, a través de sus efectivos sanitarios, está demostrando la fortaleza de su modelo, que de manera irremediable debe estar vinculado a la rapidez y eficiencia de los controles. No puede ser de otra manera, nos encontramos en un territorio turístico sometido a una permanente entrada y salida de visitantes a través de sus infraestructuras aeroportuarios.

Cualquier atisbo de debilidad o de sobreactuación podría resultar dañino para el sistema productivo, tanto si se baja la guardia en cuanto al cumplimiento de las recomendaciones internacionales, como si se acometen medidas unilaterales sin las suficientes garantías científicas.

En un contexto de cambios permanentes, hay que precisar que España por lo pronto se mantiene en un escenario uno, de contención, de los tres niveles posibles, ya que no hay transmisión comunitaria descontrolada ni entradas masivas de casos importados que pudieran implicar una transmisión amplia. Ello no quiere decir que en cualquier momento el Ministerio de Sanidad, ante la proliferación de casos del coronavirus, determine instar la suspensión de actos que conlleven la aglomeración de personas.

La autonomía canaria cruzó esta semana el ecuador de la madurez, al verse sometida al fuego en Gran Canaria y Tenerife, a una calima histórica que afectó a las entradas y salidas de pasajeros de unos 100.000 pasajeros, y al despertar de la epidemia. Una actuación errónea de los poderes públicos ante una conjunción de tal calibre hubiese sido catastrófica para las Islas, pero la actuación política sin alarmismos ha sido clave, como también lo ha sido la alta profesionalización de los servicios de emergencia y los sanitarios, desde la gestión a la atención médica. Sin unas estructuras perfectamente engrasada en ambos campos, nada se podría contar de la manera en que los hacemos, con sosiego y con la seguridad de que se vela por el bienestar de la ciudadanía.

Pero con el Covid-19 sólo se acaba de empezar. Tras los datos sobre la evolución de los casos y la información serena sobre la logística científica para recortarle las alas al virus, crecen los rumores, las fakes, los bulos, la desinformación, en definitiva, sobre las consecuencias y derivaciones de la enfermedad.

Estamos ante la primera epidemia que se desarrolla bajo un modelo digital pleno donde la conectividad es moneda de uso común en un espectro socioeconómico global. Sin duda, son los ingredientes para que el pánico pueda ser el conductor de la epidemia con compras masivas de comestibles, adquisición desaforada de mascarillas, desabastecimiento de medicamentos, colapso de las urgencias, cancelaciones injustificadas... Toda una panoplia de efectos ante los que sólo cabe enfrentarse con información, con los conocimientos de la ciencia pura y dura.

Voces cualificadas llaman a la tranquilidad y subrayan la mayor mortandad de la gripe común frente al coronavirus, mientras la OMS pone como ejemplo los progresos de las autoridades chinas a la hora de atajar la enfermedad. Pero también está el histerismo de los que reclaman en España un cierre de fronteras, o los conspiranoicos que ven en el Covid-19 un virus manipulado por un laboratorio farmacéutico con el objetivo de imponer un fármaco sanador. Y no faltan tampoco en el lado oscuro de internet los que recurren a los argumentos apocalípticos del fin del mundo.

El progreso logrado a través de siglos no nos convierte en unos seres superiores, pero sí es verdad que nos ayuda a separar el polvo de la paja. La ciencia es la vacuna contra los fanatismos y la ignorancia, aunque haya líderes políticos en el mundo que insistan en refugiarse en valores no comprobados. La esperanza ante el coronavirus está en el medicamento que frene el virus, en los antivirales; en definir los síntomas; en el seguimiento de los pacientes afectados y curados; en definir cómo se desplaza; dónde está el contagio inicial; en la centralización de las decisiones contra la pandemia; en la colaboración de los grandes servidores de internet contra la contrainformación; en la cooperación ciudadana... Es el camino contrario a los alarmismos.

Los fenómenos adversos que se adueñaron de las Islas el fin de semana pasado y que se prolongaron entrada la actual ponen de manifiesto la necesidad de invertir en investigación y desarrollo. Urgen conocimientos avanzados sobre lo que nos depara el cambio climático, ya sea en el aumento de la calima, en la subida del mar o en el incremento de los incendios. También la dependencia nos hace tremendamente vulnerables, sobre todo en el turismo, por lo que es imprescindible tener pautas estables de actuación.

Canarias, como estamos viendo con el coronavirus, debe prepararse para afrontar crisis tan antiguas como la de una epidemia, pero que ahora llega revestida con todos los elementos que conforman una civilización a la que vale aplicarle el calificativo de "líquida", acuñado por el pensador Zygmunt Bauman, para referirnos a la velocidad instantánea con la que se transmiten bienes materiales e inmateriales. Y por último, la salud constituye un reto en su doble vertiente: como servicio eficaz, sin que ello suponga menoscabo alguno para la superación permanente en el conocimiento científico de las enfermedades. No podemos dejar que los especialistas huyan del sistema público, ni que las mejores mentes se marchen por la falta de oportunidades.

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