Ayer murieron cuatro personas en la provincia de Santa Cruz de Tenerife víctimas del coronavirus. Hace apenas tres días Antonio Olivera, viceconsejero de Presidencia y director del Servicio Canario de Salud - una duplicación que se perpetúa en el tiempo sin que el Gobierno autonómico ofrezca explicación alguna - soltó eso de que el virus ya no está en la calle, tan bonito que parece un verso de un discípulo de Blas de Otero o el título de una novela social. Característicamente - es la situación en la que estamos - nadie se lo reprochó absolutamente nada. Estamos obsesionados por el desconfinamiento. ¿Qué podremos hacer en la fase dos? ¿La fase uno empieza el lunes o a medianoche del domingo? ¿Se podrá practicar sexo tántrico en la fase tres o, al menos, divorciarse? ¿Puesto acercarme a Teror o a Güimar y regar las plantas de mi apartamento de verano? ¿A mi cuñado también se le aplican lo de las fases? Se multiplican los gráficos, los esquemas, las diapositivas y las previsiones que nos dibujan la desescalada casi como una evolución biológica y allá, al fondo, en un par de meses, la libertad.

Es improbable que ocurra eso. Muy improbable. Si se evoluciona en los próximos meses no será a través de una línea recta, sino a una línea simular a la de los dientes de sierra. Habrá un brote, retrocederemos de nivel, se restringirán de nuevo las salidas, si se agrava la cosa, vuelta a la casilla de salida. Es como una variación del juego de la oca, pero la oca somos nosotros, y lo que nos apostamos es nuestra salud y. eventualmente, nuestra propia vida. Es asombrosa la pasión por los calendarios de salida y la indiferencia hacia las minucias que nos permiten seguir subsistiendo como sociedad. ¿Alguna idea aproximada - competencial, organizativa, metodológica -- sobre la organización del próximo curso escolar en su adaptación a una situación de pandemia presuntamente controlada pero latente? ¿O la consejera no la encuentra en los libros de Haide Hartmann? Adquirir ordenadores portátiles y tablets o abaratar la conexión a internet, son medidas que ni están ni se les espera. La Consejería de Educación es un páramo donde suenan los teléfonos hasta la caída del sol. El curso escolar comienza en menos de un cuatrimestre. Será digno de verse.

Por escoger otro elemento al azar: los ERTES turísticos. Nada, que se prolongarán felizmente más allá del estado de alarma. La ministra de Trabajo ya lo había avanzado como un "escenario deseable en el que vamos a seguir trabajando", y el ministro de Transportes se lo garantizó a Ana Oramas pero, ¿qué se entiende como ERTES turísticos? ¿Los que afectan exclusivamente al personal de los hoteles y apartahoteles? La "industria turística", como se denomina hace décadas, no son los hoteles, sino todo el ecosistema económico y empresarial dirigido a satisfacer demandas y ofrecer actividades a los turistas: desde un restaurante hasta una heladería, desde una tienda de tablas de surf hasta un servicio que te facilita practicar el esquí acuático o navegar por la costa. El grueso de empleo del sector turístico está fuera, no dentro de los hoteles. Si el mejor de los casos, y gracias a los ERTES prometidos, los empresarios hoteleros empiezan a recibir turistas a principios del próximo año, todo el tejido de servicios -pequeños y medianos comercios -- alrededor de los hoteles y apartamentos habrá sido arrasado y su recuperación resultará lenta y extraordinariamente difícil.

Estamos mintiendo. Mintiéndonos. Por miedo, piedad o cálculo.