Por supuesto que cada partido tiene sus prioridades. Pero hay una prioridad que comparten todos: llegar o mantenerse en el poder y así afianzar liderazgos, contentar a los suyos y aplicar su programa. Por muy dramáticas que sean las circunstancias todo se reduce a eso. Las mociones de censura no deberían ser ocasión para la teorización ética, pero cada vez que se materializa una no hay político que no se dé con un Kant en los dientes. Desde hace semanas se rumorea sobre una moción de censura en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Entiendo a los que quieren construir relatos o versos endecasílabos sobre un escenario que puede no gustarles nada. Pero me aburren.

Patricia Hernández -a la que el centroderecha tinerfeño ha cometido el error de desdeñar repetidamente: ahora tampoco debería hacerlo- demostró una gran habilidad convenciendo a los dos concejales de Ciudadanos para que apoyaran su candidatura. Pagó un altísimo precio en cuotas de poder pero lo hizo a gusto. Por Ramón Trujillo no debía preocuparse: era y es incapaz de exigir nada, de proponer nada, de conseguir nada. Trujillo está en política como los jubilados en el parque: para mirar las nubes que pasan. Mira, esa se parece a la barba del Che Guevara. La vibrante fantasía de una abogada y un urbanista de derechas que apuestan por un gobierno de izquierdas sería un poco menos increíble si no se supiera quién los puso en la lista electoral de Ciudadanos: un millonario para el cual la política es una evolución gratificante y muy útil de las relaciones públicas. Mucho tiene que hartarse un urbanista para abandonar una concejalía de Urbanismo, pero así le ocurrió a Juan Ramón Lazcano, cuya dimisión los más lúcidos relacionaron con una suprema conspiración de CC, que había dado a elegir al concejal entre un alto cargo en una gran consultoría internacional, la vicepresidencia de Amazon en los días impares o la Embajada de Libertonia en Ulam Bator. Lo que es sorprendente es que Hernández no se preocupó por corregir el distanciamiento de Lazcano, encargándoselo a Martín Bethencourt, que es como encargarle guardar una caja de donuts y que no se coma ninguno.

Este viernes, finalmente, Evelyn Alonso recogerá su acta de concejal. Imagino que en los próximos días le saldrán multitud de biógrafos vocacionales. Alonso tiene perfecto derecho a hacer con su voto lo que estime oportuno, porque en realidad no existe un pacto entre el PSC-PSOE y Ciudadanos. La misma señora Zambudio todavía tiene pendiente un juicio sobre su expulsión del partido que lidera Inés Arrimadas, retrasado por la irrupción de la pandemia. Sigue en el grupo mixto. La primera teniente de alcalde llegó a declarar, el pasado verano, que Ciudadanos era "un partido definitivamente muerto en Canarias". Y se conoce que, a su juicio, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. No, no ha sido año de gestión aceptable. No se ha producido ningún cambio relevante en Santa Cruz. El acuerdo con los Plasencia ha sido una excelente noticia -chapó- pero no justifica ni enmascara la ausencia de proyecto político para esta ciudad, ni la apertura a una mayor participación vecinal, ni la carencia de reformas y cambios programáticos y normativos, por no hablar del estilo de desgobernar, entre la tentación populista y la anomia burocrática, entre la sentimentalización de la chola y la exhibición de los Louboutin. La decisión de Evelyn Alonso debe basarse en su propio y libre criterio, en su análisis y su voluntad política, no en lo que pretendan prescribirle desde despachos abiertos en Tenerife o en Madrid, desde tribunas y púlpitos, desde la amenaza o el cochambeo.