Dice el presidente Ángel Víctor Torres que el poder es un lugar. Un lugar abstracto y atractivo. Claro que también dice que nunca aspiró a ser el jefe del Gobierno de Canarias y, como siempre ocurre con los presidentes, es un lugar común muy matizable. Muy poca gente se imagina en su niñez al frente de un Gobierno, en efecto, pero para llegar a tal situación no basta con ser objeto de la casualidad: hay que desearlo intensamente. El camino hasta llegar el poder está sembrado shakespeareanamente de cadáveres simbólicos y sentimentales o, al menos de muñones, traiciones, brutalidades, engaños y fingimientos. Pero nada de esto es compatible, obviamente, con la filosofía buenista de Torres, al que no le vendría mal que le acompañara un alto cargo para decirle al oído en los desfiles y entrevistas "no olvides que has tenido que hacer cosas desagradables para ser presidente".

El mundo político e ideológico de Torres es muy sencillo. Basta con sentir profundamente las cosas para transformarlas, un punto de vista de similar enjundia al de la celebérrima autora venezolana Conny Méndez en su libro Metafísica al alcance de todos. Es inevitable rendirse a la sentimentalización de la política y por ese atroz camino uno puede llegar a soltar eso de que ha sido "el presidente de Canarias que más ha sufrido". Yo recuerdo a un presidente afectado gravemente por un cáncer que seguía trabajando entre vómitos y sesiones de quimio y al que, en semejante tesitura, se le murió el padre, mientras él trabajaba en Bruselas. Algunos años después el cáncer reapareció y acabó con su vida. No voy a decir su nombre, porque todos sabemos quién es, y porque eligió padecer todo ese calvario con una delicada e incuestionable discreción, sin la hoy habitual, y hedionda, y obscena, ostentación palabrera del sufrimiento. Eran otros tiempos y otros hombres.

El poder no es un lugar, por supuesto, sino el hervidero de un conjunto de relaciones asimétricas y conflictivas. Pero Torres, pese a su tranquilidad, no parece que haya reflexionado mucho sobre la actividad política. Tal vez no ha tenido tiempo, pero yo creo que no se trata de eso. Es un pragmático feroz que posa sonriente como un hombre de convicciones doctrinales: la izquierda, el diálogo, el espacio social, toda esa chatarrería retórica. Cuando habla de sus socios en el Ejecutivo (Rodríguez, Casimiro Curbelo, Noemí Santana) afirma que todos aportan muchísimo, pero se cuida muy mucho de especificar qué. Parece que hablan bastante, lo que sin duda es una buena noticia para la compañía telefónica, pero nada más. Desde luego, se trata de una entrevista en clave personal, pero tampoco alude a ningún proyecto político concreto para Canarias, una socialdemocracia renovada y celosa guardiana de las competencias estatutarias que podría representar el PSOE en las Islas, por poner un ejemplo fantasioso. En el socialismo canario no existe ahora mismo nadie que piense y teorice sobre la acción de Gobierno y la crisis social que amenaza con abrirnos en canal. Es preocupante que Ángel Víctor Torres -que ha insistido en varias ocasiones en la necesidad de practicar la pedagogía desde el poder- afirme que España recibirá 70.000 millones de euros en ayudas "a fondo perdido". Nadie en la UE va a recibir ayudas a fondo perdido: la totalidad del Fondo para la Recuperación Económica y Social -todavía no aprobado finalmente- es deuda pública mutualizada, y por supuesto, deberá devolverse en el futuro.

Es un defecto insalvable por mi parte: no me interesan los sentimientos de los políticos, sino su gestión, sus propuestas, sus objetivos. Con los buenos sentimientos solo se hacen malas novelas.