A veces los grandes maestros se equivocan. Y es una suerte porque, en caso contrario, nos aplastarían. Sus errores tiene un punto de ingravidez que evitan la catástrofe de que nos caigan encima. Se me antoja muy difícil que yo me dedicara a esto de escribir en los papeles si no hubiera leído a Manuel Vázquez Montalbán. Hace un par de años se publicó un libro, Manuel Vázquez Montalbán, Barça, cultura i esport, que alguien, en una publicación digital, definió como "una introducción imprescindible para todo culé montalbaliano, para aquellas personas que cuando observan al Barça observan su infancia y una posibilidad plástica de la libertad (sic)". Es realmente llamativo lo del culé montalbaliano: al parecer no basta con que a uno le guste el fútbol o le guste MVM para disfrutar del libro. Pero lo más alarmante - lo que el gran periodista y escritor alimentó y legitimó con estas crónicas y artículos - es esa unión hipostática entre un club de fútbol y la aspiración o la vivencia de la libertad política.

La lectura actual de los artículos agavillados en el libro es sorprendente. Puedes encontrar incluso como un brillante intelectual de formación marxista denomina al FC Barcelona - en pleno tardofranquismo -- un médium entre el espectador del Camp Nou y la propia historia del pueblo catalán. Y más adelante, en el mismo texto, "es el Barça la única institución legal que une al hombre de la calle con la Cataluña que pudo haber sido y no fue". Imagino que, en ese momento, ni carecía de riesgo esa afirmación -Vázquez Montalbán era un connotado antifranquista que ya había estado en la cárcel -- ni tampoco había que explicarla. Pero, ¿y ahora? ¿Con qué unía hace medio siglo el Barça al hombre de la calle? ¿Con el Estatuto de Autonomía de la II República? ¿Con la democracia republicana? ¿Con Lluís Companys, al que no le gustaba el fútbol? ¿Con un ideal dominguero de la independencia? Vaya usted a saber. Probablemente con nada de eso y con todo eso a saber. Es una ocurrencia abierta al gusto del lector.

Después de otro artículo en el que el maestro cuenta que los socios y aun los seguidores todos del Barça aman y detestan simultáneamente a su club - creo que eso les ocurre hasta a los aficionados del CD Tenerife, la hinchada con menos imaginación y esperanza del hemisferio occidental - reconoce finalmente que su devoción por el club baulgrana una raíz irracional. Pero antes ha llamado al Barcelona "el brazo simbólico y no armado de Cataluña". Cataluña, metafóricamente, le ganaba a los malos con los goles que metía. ¿Quiénes eran los malos? Pues cabría decir lo mismo que antes: los que usted prefiera. Por ejemplo, el Real Madrid, que era el equipo favorito de Franco, es decir, un equipo fascista. Qué indescriptible victoria moral meterle un penalti en una helada tarde mesetaria y amargar la cena en El Pardo.

He recordado todo esto por lo de la salida de Messi del CD Barcelona. Dudo que derrame una lágrima mientras muchos seguidores aúllan de dolor e indignación y los medios de comunicación dedican horas y horas al asunto sin que nadie se canse, por lo visto, porque el fútbol profesional, un negocio que mueve muchos miles de millones de euros en el planeta, es al mismo tiempo una industria sórdida y una fantasía de adultos que necesitan ocupar un domingo y desocupar una vida. Más de 4 millones de euros defraudó Messi a Hacienda. Los devolvió y no fue a la cárcel. ¿Y cómo iba a ir? Es Messi, pibe. Messi.