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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Los niños y el terror

En este país de feroces polemistas no nos ha importado hacer trizas el sistema educativo, con permanentes cambios de leyes que nos han convertido en un territorio donde aún no se sabe qué hay que enseñarle a los alumnos. Y así llevamos décadas y décadas, buscando la piedra filosofal de la enseñanza, o echando combustible en las aulas para acabar con el contrario político. El catedrático y exministro Ángel Gabilondo creyó cerrar un gran acuerdo para poner punto y final al aquelarre, pero sólo fue un espejismo. Y ahí siguen comiéndose crudas las escuelas, con tabasco y pimienta de la Puta la madre. La pandemia, con el dolor de las vidas crucificadas, no ha sido un obstáculo para enriquecer la politiquería, por lo que la educación tampoco iba a serlo, faltaría más. Parece que el objetivo no es crear las condiciones para una vuelta al colegio serena y segura, sino más bien utilizar los resortes más burdos y goebbelianos para atemorizar a padres y niños. Ya se pueden imaginar quiénes son los que están detrás de la campaña para reclutar a padres insumisos, que, al parecer, desconocen que la educación es una obligación de los progenitores para con los descendientes. El PP, sin importarle la vulnerabilidad de las familias ante el reto, se apunta a alterar la atmósfera, e insisten con un plan particular, más bien para incordiar. La Covid-19 ya ha dado muestras suficientes de su pertinaz comportamiento, por lo que, como dijo el maltratado Fernando Simón, nadie puede firmar para garantizar el contagio cero. ¡Ojalá todo salga bien! La comunidad escolar, los profesores, corren con una ética que no va en el sueldo, pero que es la misma que ofrecieron y ofrecen miles de sanitarios para salvar vidas en los hospitales. Hacia los docentes hay que enviar las fuerzas necesarias, amparando su protagonismo en un proceso lleno de dificultades. Los políticos deberían ser conscientes: anteponer que la operación retorno a las aulas va a ser un éxito, y no elevar la tensión, el desgaste, con propuestas que, en su mayoría, parecen anticipar una desgracia. A nadie le parece superfluo que se hagan test a diestro y siniestro, que se habiliten todos los espacios posibles para cumplir con la distancia entre alumnos, que se utilice la mascarilla el mayor tiempo posible, que funcionen todas las burbujas que se necesiten, que se habiliten patios y jardines para dar las clases al aire libre... Todo ello es lógico, pero falta el ánimo: no van a un matadero. Son niños, no podemos aterrorizarlos con el chirimiri obsceno de la política.

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