Los dirigentes de Podemos no albergan ninguna duda sobre su continuidad en el Gobierno de Canarias. Noemí Santana y sus compañeros en el Ejecutivo - los altos cargos de la Consejería de Derechos Sociales y el verso suelto de Juan Márquez, izquierda paté en la Viceconsejería de Cultura - están mediamente - a veces exultantemente - satisfechos de su propia gestión. Incluso les gusta creer - las supersticiones, por supuesto, son libres - que mantienen escorado a la izquierda un gobierno trufado de compromisos rodriguistas y casimiristas. Tienen, sin embargo, una pequeña dificultad: sus bases. Las bases - militantes y cargos orgánicos locales e insulares -- se han tomado mal que el presidente Ángel Víctor Torres pretendiera designar a Conrado Domínguez director del Servicio Canario de Salud.

Verán, este sarpullido morado parte de otra superstición. La superstición del militante podemita según la cual Coalición Canaria es una organización criminal (y punto) y Domínguez un empleado corleonesco que dedica 20 horas diarias a drenar recursos públicos a la sanidad privada y las cuatro restantes a participar en misas negras con los directores de las pecaminosas clínicas y hospitales con contratos con el SCS. Es una imagen de Domínguez que, por supuesto, se agitó furibundamente por los responsables de Podemos. Es lo que han escuchado sus militantes durante años. Un estado de opinión. Un asunto fideísta. Ni el PSOE ni NC tienen problemas con sus bases. Las de Podemos ya han tragado mucho, pero todavía gruñen cuando deben masticar el rancho de la puñetera realidad. El regreso de Domínguez al Servicio Canario de Salud que hoy sale en el BOE será metabolizado sin problemas, a cambio de un pequeño paripé presidencial y unas concesiones más simbólicas que materiales sobre la transparencia administrativa pasada y futura del SCS. Pero, al fin y a la postre, la rentré de Domínguez es triunfal, porque volverá con buena parte de su equipo en la legislatura anterior: Abraham Cárdenes como secretario general y Elizabeth Hermández como directora general de Programas Asistenciales. Al margen de los rebufos de Podemos, algún día el PSOE - incluyendo su secretario general - deberá explicar cómo este equipo era el responsable del más rotundo fracaso de la gestión de la sanidad pública - una lindeza que se quedó ronco de repetir Iñaki Lavandera, entre otros ecuánimes talentos, en la tribuna parlamentaria - y ahora se le convoca para combatir la crisis epidemiológica más grave sufrida por las islas, cuyos efectos económicos y sociales amenazan con destruir el tejido productivo del país en medio de una crisis de aterradoras consecuencias.

Todo lo demás es ruido. Ruido en el que no participa la oposición, sino que se produce en las inmediaciones del propio PSOE, como los intentos de Patricia Hernández de excitar los ánimos de los socialistas tinerfeños apoyando - incluso en alguna red social - reflexiones y objeciones de dirigentes de Podemos. Ha tenido muy poco éxito. Hernández está convencida que su partido debe satisfacer de inmediato su demanda para un cargo de responsabilidad en el grupo parlamentario: no le basta ser una simple diputada y disponer de tiempo para liderar la oposición en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Pide una presidencia. Una portavocía. Un sitio en la Mesa de la Cámara. Algo. Al parecer el PSOE tiene contraída con la exalcaldesa una deuda infinita. "El PSOE no me debe nada; yo le debo todo al PSOE", dijo en su despedida, con una hoja de servicios de cuarenta años, Alfredo Pérez Rubalcaba. Claro que Rubalcaba no era patricista. Nadie es perfecto.