Nada alienta con mayor fuerza el espíritu de Francia que el chauvinismo. Nicolas Chauvin era un soldado de Napoleón que sufrió diecisiete heridas en las diversas campañas de guerra. Todas de frente, como se suele decir: perdió tres dedos, su rostro quedó terriblemente desfigurado y, a cambio, obtuvo 200 francos de pensión. Gruñón y heroico, se convirtió para la patria en un símbolo. De no haber existido Chauvin, Francia se habría inventado otro para alimentar el entusiasmo y la exaltación na-cionalista.

Hoy, por ejemplo, en vez del soldado de Napoleón el chauvinismo podría haberlo encarnado perfectamente el ministro Pierre Moscovici, que se ha negado públicamente a admitir la comparación económica, al considerar que Francia, emboscada como siempre en la grandeur, está por encima de cualquier razonamiento. Ante una petición generalizada de los inversores de que reforme de una vez su economía, al igual que ya lo han hecho España y Portugal, Moscovici ha optado por subirse al palo mayor. "No nos comparen con España", ha dicho. Sus argumentos son que ni Francia es una potencia media, ni ha necesitado el rescate europeo para su banca ni su tasa del paro está por encima del 25 por ciento.

Sin embargo, no se puede decir que entre la segunda y la cuarta potencia del euro haya diferencias insalvables frente a los temores de los grandes inversores, que a fin de cuentas buscan las condiciones más viables para su negocio. Francia es una potencia lastrada por la deuda pública de su estado mastodóntico; su paro no es el español pero la mecha del descontento juvenil y popular hace tiempo que ha prendido peligrosamente en la banlieu; el comportamiento social avivado por la ultraderecha es un fenómeno preocupante, y en cuanto a la solvencia de los bancos nadie es capaz de imaginarse lo que puede suceder.

La esclerosis reformista no se puede obviar, en el caso del país vecino, invocando a Chauvin. Tampoco es necesario hacer de la necesidad virtud, simplemente España y Portugal han hecho sus reformas, y Francia, de momento, no. Más allá del traje que cada uno pretenda vestir, ésa es la cuestión.