Q ué son los recuerdos? El docto diccionario lo define así, en su primera acepción: "Memoria que se hace de algo pasado". Gambra: "El acto de la memoria es el recuerdo". Por consiguiente: ¿dónde se almacenan los recuerdos? Es muy claro: en la memoria. ¿Y la memoria en qué se sustenta? En el pasado. La conclusión, también nítida: Sin memoria no hay pasado (o como si no hubiese existido) Las páginas en blanco no reflejan nada.

Para no caer en esta última condición, es bueno volver la vista atrás, que lo que hemos sentido o percibido no caiga como hojas muertas en época otoñal. Volver el pensamiento hacia los años transcurridos, no es como morir un poco. Muy al contrario, revivir vitalmente aquellos episodios, buenos, muy buenos, regulares o malos. Es el rosario de la vida. ¿Hemos sabido, día a día, interpretar la sarta de cuentas, sentirlo realmente o han pasado como celajes? No es fácil entenderlo de refilón. Hay que atravesar múltiples senderos, montes exuberantes, bosques sombríos, terrenos movedizos, cuestas empinadas, bordes de precipicios y, ¡al fin!, las verdes praderas. Llegar a este último y feliz punto no es tan fácil. Hay que pasar por contradictorios caminos. ¿Y cómo arribar a la meta apetecida? No se lo pregunten. Hay que hacerlo.

Un día puede ser igual a otro y los demás muy diferentes. ¿Qué era, sin ir más lejos, nuestra capital en el año1935, cuando llegamos como adolescentes primerizos en el Bachillerato? Entrando por el Camino Nuevo (Bravo Murillo), en primer término la inmensa mole del edificio Don Bruno (Hotel Parque). Esa impresión nos producía, en una ciudad más bien chata. Y al fondo las olas rompiendo contra la calle de la Marina y el viejo muelle de Las Palmas, con la estatua de Don Benito Pérez Galdós carcomida por la marisma, y antesala del parque de San Telmo; San Cristóbal, la Vega de San José, Vegueta, Triana, con sus tranvías y clásicas tartanas de recorrido desde el Puerto y lo denominado Fuera de la Portada: Arenales, Alcaravaneras, La Isleta y, por último, el puerto de las mil banderas.

"En la primera década del siglo XX la población del Puerto alcanzaba unos 12.000 habitantes. En conjunto los barrios de Arenales, Alcaravaneras, Santa Catalina e Isleta sumaban sobre las 20.000 almas". (Herrera Piqué, Las Palmas de Gran Canaria, 1984) "En 1927, estrenando su capitalidad de provincia 50, desde Marzagán a La Isleta, incluyendo las dos Tafiras, vivían 69.589 almas" (Martín Moreno, Siesta de Memorias, 2000) El Plan Zuazo lo revolucionó todo, aunque no se cumpliera estrictamente con el mismo. Llegaron grandes ambiciones: la realización de la Ciudad del Mar, preámbulo de la Avenida Marítima, que alejara el olor a marisco que aún se percibía en el litoral costero, desde Las Palmas al Puerto.

Tiempos muy especiales para quienes los vivieron, irrepetibles. Lo narraba en verso Tomás Morales: "Se alboroza el espíritu ante el zaguán abierto; / de las plantas del patio viene un olor fragante: / un descuido ha dejado el portal entreabierto, / como una insinuación a pasar adelante". Estampas reflejo de una época, como la que nos transmitiera Alonso Quesada en su admirable obra Crónicas de la Ciudad y la Noche: "A este señor le empieza el catarro en pleno agosto. Y le continúa mientras no se hastía de llevar el abrigo... El hombre, por la tarde, se ha recorrido todos los sitios públicos, donde él suele concurrir: la botica, el Casino, el parque, La Plazuela... tosiendo desaforadamente. ¿Qué le pasa a usted?, preguntan. El hombre dice: "Tengo un catarro infernal". "Acuéstese usted", le aconseja un galerno. Pero el hombre interrumpe súbitamente: "¿Cómo? ¿Cree usted que yo puedo prescindir de mis paseos nocturnos? Esta noche saldré como todas las noches. ¡No faltaría más!... Añadiendo: "Me fastidia ponerme el abrigo con este calor... Pero no tendré otro remedio. Siempre, a media noche, corre un poco de relente".

Así eran y así se las gastaban por viejas calendas. La ciudad se desenvolvía con episodios como el recogido en Los Cuentos de Pepe Monagas, pluma de otro escritor isleño de la más pura cepa, Pancho Guerra. Entraba en juego Don Pedro El Batatoso, "que en los días de Levante se disparaba, con trolas de gran calibre": "Cierta noche agarré ahí en la Plaza una mamada de las de camisa por fuera. Dando tumbos pasé la marea, buscando onde coger fresco y despejarme. Estaba vacía y me tumbé sobre el marisco... Allí me quedé dormío. Por la mañana, cuando me desperté, me encontré debajo del agua. Había subío la mar y yo como un tronco debajo de ella, más de media noche. ¡Fíjese como sería la chispa ...!", terminó el compadre Monagas, tan fresco como una lechuga".

No nos hemos resistido a la trascripción de ambos capítulos, como homenaje y entrañable recuerdo a estos dos destacados nombres de las letras isleñas, en sus respectivos estilos, como tantos otros evanescentes con el paso del tiempo, en apenas décadas. Vaya solo la enunciación de unos pocos, sin orden cronológico, con múltiples omisiones: Pedro Cullen del Castillo, Juan Bosch Millares, Joaquín Artiles, Lola de la Torre, Víctor Doreste Ventura, González Díaz, Prudencio Morales, Domingo Rivero, Saulo Torón, Montiano Placeres, Carlos Ramírez Suárez, Eduardo y Luis Benítez Inglott, Claudio de la Torre, Luis Doreste Silva, Sebastián de la Nuez Caballero, Alfonso Armas Ayala, Sebastián Jiménez Sánchez, etc., etc.

Esta gran urbe de hoy tiene el orgullo de referentes ilustres y aun de otros que encontraron cobijo en el Café Polo, sobre el Puente de Palo, punto de tertulia de intelectuales y románticos de café, cigarrillo, charla, mucha charla, ingenio y algún verso entreverado. También salpicada aquella singladura con gente modesta que tuvo renombre popular, como Pepe El Cañadulce o Lolita Pluma ("la garbosa Gilda", escribía Orlando Hernández) en el parque de Santa Catalina. Por cuyos muelles asoman de nuevo miles de turistas, en majestuosos cruceros y por donde nuestra ciudad robustece su progreso y prestigio, abierta al océano y, a través de éste, a la ruta de los continentes.

Pinceladas evocadoras de un ayer más placentero e íntimo, lugares imperecederos para el corazón: San José, El Risco, Santo Domingo, Reyes Católicos, Audiencia, Los Balcones, San Agustín, Espíritu Santo, Mendizábal, plaza de Santa Ana, Dr. Chil, Cairasco, Alameda de Colón, Francisco Gourié, Triana, San Telmo, Travieso, San Bernando, Viera y Clavijo, Bravo Murillo, Pérez Galdós, Perojo, León y Castillo, Mesa y López, Tomás Miller, Franchy y Roca, Luis Morote, Fernando Guanarteme, Las Canteras, con sus calmosas y rutilantes aguas plateadas; El Refugio, La Puntilla, Luján Pérez, Juan Rejón, Adargoma, La Naval y tantísimos otros del prolijo nomenclátor capitalino -la ciudad no solo se ha alargado sino también ensanchado- que harían interminable la relación. Barrios, plazas, nombres y hechos de nuestro acontecer lejano y más reciente, cargados de historia y sentimientos. Y el blasón de oro: Las Palmas de Gran Canaria disfruta nada menos que del segundo mejor clima del mundo, antecedida por Viña del Mar (Chile). Lo acredita el profesor Thomas Whitmore, director de investigación climatológica de la Universidad de Syracusa (EE.UU.). Haya constancia: Ni quitamos ni ponemos arenas. Luce el sol por Las Canteras.