Ni siquiera los calores de agosto son el refugio suficiente para la calma. Recién inaugurado el mes, cuando el más pintado se dispone a coger la toalla e instalarse bajo la sombrilla de cualquier playa sureña abarrotada -que dice el Gobierno que qué suerte vivir aquí-, las noticias le encogen a uno el ombligo: la prima de riesgo (en todas las familias hay un alma descarriada) roza la peligrosa línea roja de los 400 puntos básicos y se encarece la deuda soberana; la Bolsa toca todos los días un fondo más hondo; el paro vuelve a crecer en Canarias pese al aumento en la llegada de turistas; Zapatero se atrinchera en La Moncloa y da de lado a los pájaros de Doñana y hasta Obama pierde pie.

El futuro pinta negro. Muy negro. El mercado, ese ente lleno de especuladores que al parecer son quienes controlan el mundo y por ende a sus moradores, tienden sus tentáculos sobre España. ¿Será que de nada valdrán las duras medidas de recorte del déficit impuestas por el Ejecutivo nacional, previa intervención de Europa? ¿Seremos ahora griegos, irlandeses o portugueses?

La Comisión Europea se apresuró ayer a asegurar que España no necesitará un rescate, ¿pero quién asegura que en dos días el mismo análisis arroje la misma conclusión?

Lo dicho, el futuro es negro: a la incertidumbre económica se suma la política. El adelanto de las elecciones generales desde primavera al próximo otoño no rema a favor de la corriente. Por mucho que el Partido Popular se erija en la solución a la crisis, a estas alturas esa es una proposición de ventas que ni Rajoy -líder de la derecha pese a que las encuestas del CIS se empeñen en po-nerlo en duda un mes sí y otro también- se cree ya.

Con el ombligo encogido ni el sol, ni el mar, ni la cerveza ni siquiera las siestas son lo mismo. Mejor que los gobiernos cierren por vacaciones y a la vuelta ya veremos si el futuro sigue gris o directamente pasamos el invierno de luto.