En la convulsa y confusa situación que vivimos la palabra democracia ha perdido el sentido mágico que tuvo durante la transición española en los setenta. Sus tres instrumentos básicos (los partidos políticos, las elecciones y el Parlamento) han sido inutilizados y vaciados de contenido en los últimos años. No tienen sentido. Cuando las opciones electorales llegan a los ciudadanos ya están falseadas por una selección previa de los candidatos, cuyos perfiles personales no están en consonancia con programas inspirados en la mínima decencia política.

Los sistemas electorales, los repartos según circunscripciones, las combinaciones matemáticas, han conseguido que las fisonomías políticas se perviertan y no se reflejen en el espejo parlamentario. Los partidos políticos distorsionan sus programas para sostenerse en los sistemas y tratan de repartirse los puestos de poder, mediante coaliciones con otros partidos que, en esencia, están compuestos por sus adversarios y con cuyos objetivos no pueden coincidir.

Además, la consolidación de la tecnocracia y la burocracia en los partidos tradicionales (como el socialdemócrata PSOE o el conservador PP) desplazan la participación política de los ciudadanos. Los parlamentos se limitan cada vez más a fuerzas nominales por la reducción de las minorías políticas, casi siempre de la izquierda, producto de leyes electorales pactadas por un bipartidismo interesado. En el caso de Canarias, el bipartidismo se convierte en tripartidismo y socialdemócratas y conservadores comparten con los nacionalistas de Coalición Canaria las mieles del poder desde hace dos décadas.

Con este triste panorama de fondo, una buena parte del electorado canario tradicionalmente de izquierdas ha optado, al menos en las elecciones generales de 2004 y 2008, por votar al PSOE guiado por ese concepto que los analistas llaman eufemísticamente "voto útil". Todo se justificaba con tal de impedir que Mariano Rajoy llegara a La Moncloa; pero también por las expectativas que despertó el candidato socialdemócrata (recuérdese a los jóvenes coreando "Zapatero, no nos falles" en la noche electoral de 2004). Pero una cosa es ordenar el regreso de las tropas españolas de Irak o aprobar el matrimonio de los homosexuales y otra muy distinta saber gobernar con una grave crisis económica y financiera a la espalda. Una crisis, por cierto, que Zapatero se negó a reconocer una y mil veces. Cuando se dio cuenta de su gravedad ya era demasiado tarde.

No voy a contar ahora todo lo que ha sucedido en los últimos dos años. La dura realidad es que existen cuatro millones de parados (250.000 de ellos en Canarias), que se ha aplicado la más drástica política de recortes de derechos sociales y laborales en la historia reciente de España y que un alto porcentaje de jóvenes cualificados no tienen futuro en su propio país. El nacimiento del movimiento de los indignados es el más claro exponente de una sociedad extraviada, sin rumbo y sin ilusiones.

Pues bien, el segmento del electorado canario al que me he referido anteriormente ha encontrado, en medio de tanta oscuridad, una luz procedente de la izquierda. Porque la constitución de un bloque de corte progresista ante las elecciones del 20-N con formaciones como Izquierda Canaria Unida, Canarias por la Izquierda-Sí se puede, Unidad del Pueblo, Los Verdes, Socialistas por Tenerife y distintos colectivos como Democracia Real Ya o el Movimiento 15-M, es una atractiva posibilidad de que el "voto útil" deje de ser inútil.

De momento, la plataforma se ha presentado públicamente [ver LA PROVINCIA, 21-agosto-2011, página 17] con la aspiración de ser una coalición más amplia y aglutinar a toda la izquierda perdida. Incluso se habla de candidatos de la talla de Tony González Viéitez o Joaquín Sagaseta para encabezarla. El objetivo lo tienen claro: evitar un cuatrienio negro en los próximos cuatro años.

Yo no sé muchas cosas, es verdad, como dijo el poeta León Felipe cuando se refería a los cuentos que mecen al hombre. Yo no sé, digo, si esta nueva plataforma de la izquierda canaria tendrá los votos suficientes para obtener un diputado, o quién sabe si dos. Pero será sin duda el más bello pretexto para no quedarse en casa el próximo 20 de noviembre.