El individuo de al lado, en una cena de compromiso, me confesó que no leía el periódico.

-¿Nunca? -pregunté.

-Jamás -dijo-, aunque antes era adicto. Si no comenzaba el día con un periódico, un cigarrillo y una taza de café, me sentía desasosegado. También he dejado el café y el tabaco. Y estoy a punto de abandonar el té porque mancha los dientes.

Como ven, se trataba de un hombre que había dejado varias cosas. He conocido a muchas personas de este tipo. Sin embargo, creo que uno no abandona algo del todo hasta que deja de hablar de ello. Desconfía, por ejemplo, de quien te asegura que ha dejado de mentir. Quizá te esté mintiendo en ese instante. Yo, que todavía leo periódicos, tropecé el otro día con una entrevista en la que un escritor decía, sin que se le hubiera preguntado, que tenía dos novelas inéditas (escritas en su juventud) de las que prefería no hablar porque se trataba de obras de aprendizaje. "Quiero que nadie las recuerde", añadía. ¿Por qué entonces las había mencionado?

Le pregunté a mi compañero de mesa si era escritor y me dijo que sí, pero que no escribía ya, lo había dejado también, como los periódicos, el tabaco, el té, el café?

-¿Tú no has dejado nada nunca? -preguntó entonces.

-Supongo que sí, pero no me acuerdo de lo que he dejado porque mi modo de dejar las cosas consiste en olvidarlas.

No le gustó mi respuesta. A mí tampoco porque enseguida me di cuenta de que era falsa. De hecho, y como para desmentirme, mi conciencia se abrió y me mostró gran parte de lo que había ido dejando con el paso de los años. Parecía un paisaje sometido a un bombardeo en el que también se incluían las cosas que me habían dejado a mí. La vida, observada desde las pérdidas, le pone a uno los pelos de punta. Hablar de lo que se ha dejado (o de lo que nos ha dejado) es un modo de poseerlo, sin bien de forma precaria. Cuando me preguntan, por ejemplo, si todavía fumo y respondo que no, siento en la boca el sabor del humo de un Marlboro que enseguida desciende hacia los pulmones. Cuando terminó la cena, mi compañero y yo quedamos en vernos.