La marea lleva oxígeno a los peces de la Charca de Maspalomas, pero también hace temblar a los vecinos de San Andrés, un barrio de Santa Cruz de Tenerife que ha sido azotado con dureza por el fuerte oleaje de estos días. Estos embates del mar, beneficiosos para unos, una pesadilla para otros, muestran, sin embargo, que en ambos casos la improvisación y la dejadez siguen presentes cuando se habla de gestión política en el litoral.

Sabido es que las islas están rodeadas de mar, en el caso canario, de todo un bravo y poderoso océano como el Atlántico. Aun así, esta afirmación de perogrullo no parece tenerse en cuenta a la hora de conservar espacios naturales como la Charca o de garantizar la seguridad de los residentes en barrios costeros como el de San Andrés. En Maspalomas, las mareas del Pino han venido a darle un respiro a los peces -nunca mejor dicho porque han estado a punto de palmarla- porque entre la cantidad de gente que pasa por la zona y los que les dan de comer sin control, han provocado un overbooking piscícola en la Charca. Esto, unido a la poca agua que les suele llegar, ahora solucionado el problema con una zanja, ha estado a punto de provocar un desastre ecológico y un daño a la imagen del Sur.

En San Andrés, el fuerte oleaje no es una novedad y sus dañinas consecuencias tampoco, pero pasen los años que pasen, cuando el mar irrumpe con fuerza en este barrio costero, las fotos en los periódicos y las imágenes televisivas se repiten: sacos de arena en las puertas para evitar el empuje de las olas, casas inundadas, enseres y muebles destrozados por el agua y el salitre. Aunque es cierto que nadie puede prever cuándo ocurren estos fenómenos, también debe admitirse que se podían haber adoptados las medidas oportunas para evitar las mismas situaciones cuando se producen, porque, más tarde o más temprano, volverá a pasar.

Es verdad que en Estados Unidos también estos desastres los cogen con el pie cambiado, pero nulo consuelo es ver a vecinos de Vermont achicar agua con balde.