Como tengo bastante vértigo, las alturas no me hacen muy feliz. Sin embargo, he estado tres veces en Nueva York, una ciudad vital y palpitante, en la que oyes hablar español en cada esquina. Ya había visitado el Empire State Building y su famoso mirador del piso ochenta y tantos la primera vez que estuve en la ciudad, en 1972, cuando todavía estaban en construcción las Torres Gemelas. En la segunda visita, muchos años después, me acerqué al World Trade Center con la intención de comprar entradas para espectáculos. Subiendo de la estación de metro comprabas las entradas. Además, había que subir al piso ciento veinte para divisar la ciudad a vista de pájaro. Ciertamente espectacular y hermoso el skyline desde el ferry que sale de Battery Park hacia Staten Island, la mejor vista, muy recomendable cuando Manhattan enciende sus luminarias. Las Torres ya habían padecido un primer atentado terrorista con víctimas, aunque el guía afirmaba que estaban construidas a prueba de bombas y eran indestructibles. Desde arriba resultaba algo inquietante el hecho de que el mirador estuviera al aire libre, sin la protección que sí tiene el Empire. El viento zarandeaba aquella inmensa verticalidad, y en los cuatro puntos cardinales la vista era espectacular. Hace un par de años volví a Nueva York acompañado de Rosario Valcárcel, visitamos el memorial a las víctimas en la iglesia Saint Paul, su pequeño cementerio y el ajetreo de las perforadoras y las grúas en la Zona Cero. Pero todavía no asoma la nueva construcción que allí cubrirá el hueco de las hermanas gemelas, y aunque la vista desde el ferry de Staten Island continúa siendo espectacular, una sensación de tristeza te queda en el alma. Desde el 11-S el mundo es más vulnerable, desde entonces nos vino el derroche y luego el crudo despertar a la realidad de una crisis cada vez más profunda. Nueva York sigue siendo la misma, sus avenidas, su Central Park, su estación Grand Central, sus increíbles museos, sus multitudes en el metro, su Wall Street y su Harlem, pero algo ha perdido en el camino. Aunque no esté Bin Laden, ahora el mundo es mucho más perverso.