Decía Esperanza Aguirre el otro día que los profesores de la Comunidad de Madrid tienen que trabajar 20 horas a la semana y que hay muchos currantes de la capital del reino que se sacrifican muchas más horas. Trampa, Espe. Los docentes madrileños están 18 horas dando clase, pero 37,5 horas trabajando a la semana.

Ante la pataleta interesada de la popular madrileña, un docente canario me decía: "¿20 horas a la semana, dónde hay que firmar?" Guardias, reuniones de departamento, tutorías, claustros... A los que se suman la corrección de los exámenes y la preparación de las materias. Más una maraña burocrática, cada día más espesa, que les quita un tiempo precioso.

Otra profesora ha visto este año cómo su departamento pasaba de tres a dos miembros, sin que a nadie se le haya ocurrido reemplazarlo. La mujer tiene que dar cinco niveles, de los más chicos a los más grandes. Como para meterse en un frenopático y no sacar la cabeza.

Pero no, no es suficiente. Los directores reclaman que hay que apretar más, que son pocas horas. Y la ratio de alumnos subiendo un diez por ciento. La educación es lo primero, dicen. La calidad, sí claro.