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Reseteando

Javier Durán

Sillón de orejas

No sólo no se es país para viejos por la falta de un ascensor, la irregularidad del firme de una acera o el bloqueo a un peatón mayor por vehículos aparcados en la esquina de una calle. A la imposibilidad de alcanzar un objetivo por la falta de movilidad se unen las restricciones para desenvolverse en la vida administrativa: pagar un IBI, obtener dinero de una cuenta corriente por ventanilla, gestionar una cita previa en una administración pública para conocer la razón de un embargo o acceder a un asesoramiento para desbloquear un móvil. Se habla de un país de dependientes, pero cada vez las instituciones y las empresas privadas lo potencian más. Con frecuencia pausada, aparece en los medios de comunicación que un octogenario o nonagenario ha sido encontrado sentado en un sillón de orejas, desvelando los médicos que llevaba allí varios meses, algunos hasta un año. Nadie lo echó de menos: no usaba tarjeta bancaria; los servicios de la casa seguían activos gracias al ingreso puntual de la pensión; no tenía familia y los vecinos iban a lo suyo hasta que la peste salió por debajo de la puerta. Era el prototipo de ciudadano desconectado, inexistente para las bases de datos, oculto a los algoritmos y con un DNI absolutamente oxidado, oculto en la trastienda de la trastienda de cualquier sede burocrática. Es probable que en más de una ocasión intentase conectarse, pero lo traicionó el oído, un error al marcar el número que le pedía la voz anónima al otro lado del auricular o simplemente que no entendía las órdenes que recibía. Lograba hacerse con el dinero de la pensión gracias a una joven compasiva del banco que se saltaba la normativa y le atendía por la ventanilla. En más de una ocasión había salido el jefe y lo había mandado directamente al cajero, a sabiendas que no tenía tarjeta bancaria ni habilidades cognitivas para usarla. La empleada, agobiada por los ERTES y el tufo a ERES que se respiraba, ni lo echó en falta. En caso contrario, su superior le hubiese dicho que se trataba de un fenómeno residual en extinción, absorbible por el sistema a través del proceso biológico de la vida, tal como recogía el manual recién aprobado. ¿Una soledad al cuadrado? Las encuestas y estudios sociológicos sólo analizan a los solitarios desde el punto de vista de la carencia de compañía, pero hay que verlo también en duplicado: la o las ausencias conllevan finalmente una muerte civil, donde la edad resulta incompatible con los requerimientos del tren moderno.

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