La Provincia - Diario de Las Palmas

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Desirée González Concepción

¿Consumimos o nos consumimos?

Vivir es consumir; resulta evidente que debemos satisfacer nuestras necesidades básicas y nuestros deseos más primarios. Desde este punto de vista el consumo no es perjudicial. El problema surge cuando vivimos atrapados en el consumo y cuando nuestro modelo de bienestar se basa en la acumulación de bienes y de personas. Esa tendencia inmoderada a consumir de forma incontrolada la llamamos consumismo. Nuestro sistema económico y la manipulación mediática nos seduce creando en nosotros una gran cantidad de necesidades artificiales que debemos cubrir a toda costa para ser “felices”.

Me resulta paradójico que pretendamos diferenciarnos de los otros por los productos que consumimos: ese bolso caro, ese coche exclusivo, las ropas de marca, eligiendo al chico o a la chica más guapa, más snob… Aspiramos a aparentar y a impresionar a los otros mostrando nuestra parte más superficial. Sin duda, esa actitud no nos diferencia, nos convierte automáticamente en gente del montón, aunque se trate de un montón de gente con “pasta”. Desde esa posición de vivir mirando de reojo hacia afuera, de vivir buscando la aceptación de los demás, únicamente logramos desvincularnos de nosotros mismos. Nada ni nadie resultará lo suficientemente bueno como para ocultar ese vacío que cada vez produce más “eco” en nuestro interior. Ese vacío que se refleja en nuestro cuerpo y nos grita de diferentes modos; con dolores, con ansiedad, con malestar… Entonces, una y otra vez miramos en la dirección equivocada y nos lanzamos a consumir para acallar ese clamor que llega desde lo más profundo de nuestro ser. Pagamos por la exclusividad, consumimos para socializarnos, para perseguir la felicidad… Sin embargo, inmersos en ese consumo patológico perdemos nuestra libertad e incluso perdemos nuestra identidad. Mostramos nuestro lado más superfluo en las redes sociales buscando de nuevo la aprobación del público en general. Para ello, maquillamos nuestros defectos y disimulamos nuestras sombras. Personalmente, me resulta un ejercicio de lo más agotador el posar y tratar de fingir todo el tiempo aquello que no somos y nos gustaría ser.

Resulta obvio que esta locura del consumo desmesurado llega hasta el terreno más interpersonal. Numerosas personas alardean de sus conquistas de una noche, de las relaciones efímeras que las mantienen entretenidas, sin importarles, la mayor parte de las veces, los sentimientos de la otra parte. Personas que consumen personas, que las manipulan a su antojo… ciertamente no encuentro término para definir tal actividad.

Pienso que el problema se reduce a que consumimos compulsivamente desde la carencia, desde la creencia absoluta que el “producto” elegido eliminará nuestro desasosiego. Pronto comprobamos que necesitamos una dosis mayor para recuperar algo de calma. Una droga reconocida y utilizada por la mayoría de los mortales.

Abogo por consumir más psicología, más lectura, más música, más naturaleza, más silencio,… Abogo por reforzar nuestra autoestima y, de esta manera, no estar necesitados de reconocimiento. Abogo por descubrir a las otras personas desde la bondad y desde el amor. Solo entonces dejaremos de ser mendigos emocionales y el consumismo no seguirá consumiendo nuestras vidas.

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