La Provincia - Diario de Las Palmas

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Antonio Perdomo Betancor

Laberinto humano

En la liberación de la carga que soporta el ser humano, paradójicamente, consiste una de las principales tareas humanas. En algún momento de la existencia de las personas esa liberación en sus distintas manifestaciones cobra una principal encomienda.

No importa qué actividad social emprenda una persona ni qué estatus social adquiera, si el tiempo le concede tiempo, el momento de la desescalada de su condición humana emerge como exigencia homeostática. En el algún momento la manifestación de hinchazones del continente humano deviene en pulsiones, perturbaciones o malestar general. La idealización política, por ejemplo, provoca movimientos que devienen en escombros reales y cuyas consecuencias estimula contraindicaciones que provocan catástrofes, en demasiadas ocasiones, genocidas. La mente de la persona humana, al punto, resulta tan desequilibrante con respecto al resto de los contrapesos que la naturaleza le concede, que, la propia mente se basta para que su satisfacción se vuelva insatisfactoria, su paz alboroto, su claridad turbiedad. No existen contrapesos propiamente dichos, pues la misma goza de autonomía. Su poder mental es uno que no cesa de pensar o imaginar, y destruye el resto de los equilibrios y ponderaciones donde los demás seres presentan limitaciones. Desde una perspectiva lúdica, deshacerse de esa carga puede formularse como la búsqueda de la salida de un laberinto, el tipo de laberinto que se transforma a medida que el participante se introduce en su interior. De ahí la tremenda dificultad de hallar una salida. Y es el caso que no toda persona está avisada de que vive en un laberinto que cuando advierte le imprime un carácter imperativo. Verdaderamente, quien le hace consciente de ese escenario no es otro personaje que el tiempo. El tiempo ha estado ahí desde el principio, impávido, con su paciencia de tiempo. En la persona humana no tarda mucho en manifestarse los síntomas de vivir dentro de esa realidad laberíntica, de persona circunscrita en su confusión, y, los trabajos y los días le proporcionan sin cesar evidencias de esa condición, abrumadora en unos casos, en otros, sin embargo, sigilosa como el silencio de un tejido que reviste la misma existencia de persistente terquedad. Pudiera parecer que esa porción de “fatum” transita ínsito el orden de las cosas y de todos los seres, por otra parte, perfectamente descrito, quizá el hombre se exceptúa del mismo erróneamente por su indómita e irrevocable determinación de rebelarse, a pesar de cual no lo exonera de su obligado cumplimiento. La carga que soporta, en principio inadvertida, lo es paradójicamente, por ser humano. Veamos, por ejemplo, que el consumo compulsivo, enfermizo, angustioso, el delirio ansiosamente antropofágico de consumo de los recursos biológicos y de otro tipo, en suma, de la propia realidad que nos acoge, pone en peligro la propia pervivencia humana. A pesar de lo cual no colma esa hambre que jamás recibe plena y definitivamente satisfacción. La autorrevelación de este panorama, dramática por otra parte, lo unce humildemente con el resto de los seres creados, por fin, esta vez, admitiendo que el infinito no es su condición, que el progreso resulta al cabo un espejismo.

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