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El ‘brexit’ de Darwin

El ‘brexit’ de Darwin

A Fernando Redondo,

in memoriam.

Los informes consulares son una fuente de primer orden sobre las relaciones de Inglaterra y Canarias en el siglo XIX. Debemos su inventario, difusión y explicación a los trabajos de Rosa Naranjo Masanet y Francisco Quintana Navarro. Registro estadístico del comercio bilateral, esos informes dedican igual atención a la pobreza y el analfabetismo casi total entre las clases trabajadoras, la discriminación de las mujeres, la falta de mano de obra cualificada para la industria, el incipiente turismo de masas como una oportunidad de emprendimiento y, en general, a cualquier aspecto de la sociedad isleña que afecte a los intereses británicos en Canarias. Hacia 1895, Alfred Samler Brown resume esos intereses en un memorando por encargo del cónsul Henry Harford. Canarias es, para los británicos de finales del XIX, “un puerto donde los barcos ingleses se abastecen de carbón, un huerto donde se cultivan las verduras para las mesas inglesas y una tierra de recreo o sanatorio construido y mantenido por gente inglesa”.

A Canarias le ha ido bien siendo todo eso que el viajero afincado en el San Andrés tinerfeño enumera en su relación al Foreign Office. Puede que las prioridades del Reino Unido en su vínculo histórico con Canarias hayan cambiado, de entonces a hoy, pero está claro que las de las clases dirigentes de Canarias siguen siendo las mismas. Ni el brexit, ni la pandemia de Covid-19 parecen haberlas alterado. Su principal preocupación ante el Acuerdo de Comercio y Cooperación llamado a regular las relaciones del Reino Unido y la Unión Europea a partir de este 1 de enero ha sido conservar el estatus que Canarias tiene, desde mediados del XIX, como estación de servicio en la carretera atlántica, huerto fértil todo el año y asequible balneario en ultramar para ingleses de la clase trabajadora.

La sensación de alivio por poder seguir exportando tomates y pepinos sin aranceles ni cuotas –un hito, ciertamente, de los acuerdos comerciales de la UE–, seguir recibiendo vuelos con turistas procedentes de Manchester, Leeds o Londres y seguir accediendo a ayudas a la producción para el mercado británico ha sido prácticamente unánime. El seguimiento del brexit desde el referéndum de junio de 2016 ha consistido, casi exclusivamente, en alertar al Gobierno de España y a la Comisión Europea cada vez que las condiciones de la decimonónica carta de servicios a Inglaterra peligraban en el tira y afloja entre Bruselas y Londres, durante la negociación. El último informe oficial sobre el impacto del brexit en la economía de Canarias data de febrero de 2020, antes de la crisis sanitaria global causada por la Covid. La exportación de servicios turísticos y productos hortofrutícolas acapara el análisis. Brillan por su ausencia actividades en las que Canarias le ha dicho a Bruselas que va a especializarse. No hay foco para el impacto del Brexit en los ecosistemas de innovación de las regiones ultraperiféricas. Leídas hoy, las principales estimaciones de ese informe parecen escritura paleográfica guardada en la vitrina de un museo.

El acuerdo con la UE preservará la colaboración en materia de ciencia e innovación. Reino Unido seguirá participando en el Programa Horizonte Europa, el principal fondo europeo para la I+D+i. ¿Qué talento, bienes y servicios puede ofrecer hoy Canarias a su principal socio, con el que ha comerciado desde el siglo XVI? Sus intereses han cambiado. Ya no es aquel cónsul con manguitos en una oficina de Santa Cruz de Tenerife o el agente de la Elder glosado por Alonso Quesada, informando a Londres de las cosechas, la provisión de carbón en los muelles, la calidad de la mano de obra agraria y artesana o las bondades de Canarias como sanatorio de invierno para tísicos. Su visión política para los próximos treinta años es la de hacer del Reino Unido una superpotencia en ciencia e innovación. Lo fue en los albores de la revolución tecnológica e industrial del siglo XVIII, basada en el carbón, y quiere volver a serlo en la era del coche eléctrico y autónomo, la inteligencia artificial, las ciudades inteligentes, los viajes espaciales privados y las energías limpias.

La mayoría de actividades a las que apunta la estrategia de especialización inteligente de Canarias están en el radar estratégico del Reino Unido. El 44% de la potencia eléctrica por energía eólica marina en la Unión Europea se encuentra instalada en aguas del Reino Unido, líder mundial en esta tecnología, y por ello, un atractivo socio de investigación y un cliente potencial de la infraestructura de prototipado que Canarias ofrece en el desarrollo de tecnologías marino-marítimas, a través de Plataforma Oceánica de Canarias. No es el único foco de innovación en el que Canarias y Reino Unido comparten intereses, y sobre el que es posible diversificar el comercio bilateral bajo el Acuerdo de Comercio y Cooperación con la UE. Los servicios portuarios 4.0, la economía circular, la astrofísica, los servicios ligados a la biodiversidad o el cumplimiento de los objetivos de decarbonización de la economía para el año 2050, incluidos en el Pacto Verde Europeo, son algunas de las enormes posibilidades de asociación con un socio con el que Canarias mantiene la ventaja decisiva de un vínculo continuo desde el siglo XVI.

En el reciente Foro de las Regiones Ultraperiféricas celebrado a principios de octubre en Bruselas, José Joaquín Hernández Brito, CEO de Plocan, promovió la idea de una red de infraestructuras científico-tecnológicas en el espacio atlántico. La visión de una cuenca atlántica por la que circularían el conocimiento y las innovaciones de un mundo más sostenible, como en su día circularon la cochinilla o el azúcar, quizá inspire una renovada asociación de Canarias y el Reino Unido después del brexit. Lo que Canarias puede ofrecer al interés británico en el siglo XXI se parece más a lo que cautivó la atención de Olivia Stone o de Charles Darwin, que lo que ocupó el tiempo y justificó el sueldo de los cónsules durante el siglo XIX. Al integrarse plenamente en la Unión Europea, Canarias renunció a buena parte de sus fueros comerciales, a cambio de un poco de seguridad en la colocación de sus tomates, sus pepinos y sus plátanos en los mercados con los que ha comerciado históricamente. El primero de esos mercados acaba de salir de la UE, dejándonos dentro, y con el temor de que nuestros pepinos, nuestros tomates y nuestros plátanos acaben siendo sustituidos por otros más baratos y de mejor calidad. ¿Y ahora, qué hacemos?

En 1872, el cónsul Henry Colley Grattan envía a Londres varios memorandos sobre las condiciones de vida de los trabajadores canarios. De los aparceros, dice que son analfabetos y primitivos, pero también, “de disposición tranquila”, socarrones y muy fuertes. Los artesanos, por su parte, se jactan de su atraso en los distintos oficios. El capataz de una pequeña fundición de Santa Cruz de Tenerife –recuerda el cónsul– “me informó una vez, evidentemente con mucha convicción, que los trabajadores de las Islas Canarias son muy superiores a los ingleses porque aquí podían fabricar con las manos artículos que solo se fabricaban con máquinas en Inglaterra”. 

El brexit pondrá a prueba la permanencia de este desdén por la innovación. Puede que las ensaladeras victorianas que en el XIX se llenabban de tomates y pepinos canarios, se llenen en XXI de otros pepinos y otros tomates, igual que, en el pasado, sus copas isabelinas acabaron llenándose de otros vinos diferentes a los caldos de La Orotava encomiados por Shakespeare. A menos que los canarios seamos lo bastante innovadores como para producir tomates y pepinos de una calidad imbatible, habrá que escuchar a nuestro socio, igual que se escucha a un buen cliente, para saber qué es lo que espera de nosotros en el siglo XXI, y nadie más puede ofrecerle. Domingo Pérez Minik dijo que los canarios hemos cometido dos errores fatales a lo largo de la historia. El primero fue no dejar entrar a Nelson en Tenerife; el segundo, dejar salir a Franco de Gran Canaria. Esperemos que no cometamos un tercero, que nos remataría, el de desaprovechar la ocasión que el Brexit nos pone delante para renovar y proyectar hacia el futuro nuestro vínculo histórico con el Reino Unido.

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