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De la misma manera que al vacunado a medias se le viene hacia adentro parte del aire que respira cuando el aire que exhala rebota contra la mascarilla, también se le vienen hacia adentro los pensamientos cuando se encuentra triste y a nadie puede contar el porqué de su tristeza porque para la tristeza que lo oprime no hay interlocutor. Es esa tristeza en soledad una versión muy dura de la tristeza que, como el aire que exhala contra la mascarilla, le rebota desde el corazón y le sube al cerebro y desde allí se expande a todos sus miembros y los paraliza.

El vacunado a medias es hoy un vacunado a medias triste. Sabe que hay situaciones infinitamente peores que la suya, situaciones en las que se está triste sin tan siquiera disponer de segundos para reflexionar sobre las razones y el tipo de tristeza que se siente. Situaciones de guerra, o de hambre, en las que el sentimiento se arrincona, se comprime y se anula porque hay que salvaguardar la vida o solventar de manera urgente necesidades de subsistencia básicas. Y sólo por eso, porque él es capaz de sentir y resentir su tristeza y de analizarla en detalle, el vacunado a medias se sabe hombre afortunado. Pero las cosas son así, a veces, a pesar de saberse afortunado, uno se siente irremediablemente triste.

El vacunado a medias ni es vago ni se acobarda, quiere ir hacia adentro, a la pulpa, quiere atravesar la cáscara para llegar al meollo de su tristeza y quiere estudiarla y enfrentarse a ella en un ruedo que no le es desconocido. Llega a los aledaños del centro de su pesar y se queda mirándolo, expectante, con la respiración lenta y los gestos aminorados. Se acerca luego tanto a ese núcleo que el cuerpo se torna incapaz y torpe y se acompasa a la parsimonia de una pena densa cuyos contornos el vacunado a medias no consigue delinear con precisión y cuya potencia no logra aminorar.

Pasea cabizbajo el vacunado a medias, rumiando su desconsuelo y dándole inútiles vueltas y revueltas, al borde del llanto, cuando, de repente, algo lo distrae; es la pantalla de televisión de un escaparate en la que ve cómo una tortuga ayuda a otra a darse la vuelta y a seguir su camino. Tal vez haya llegado el momento de hacer como la tortuga, piensa el vacunado a medias, algo diferente e inesperado, no sabe bien qué, cualquier cosa con tal de evitar tropezar en la piedra de siempre y ante ella repetir una y otra vez estrategias que no funcionan y que no alivian ni un ápice su congoja.

El vacunado a medias se sorprende a sí mismo cuando una clarividencia lo asalta y una actitud intrépida se apodera de él. Tan racional él, tan paciente y mesurado, el vacunado a medias se deja dominar por un impulso poderoso que ha nacido de una intuición. Así hará y sanseacabó. Primero se desentenderá de su aflicción, la ignorará para que deje de existir. Y será luego más original que la tortuga, porque le dará la vuelta y la salvará de la muerte, pero no para ayudarla, sino para saciar sus irrefrenables ganas de amar.

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