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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Divismos cochambrosos

Es toda una desgracia que un personaje que tienes situado en el pedestal cinematográfico se caiga y acabe hecho añicos. Y todo por decir una serie de gilipolleces vinculadas con el desnorte del que las pronuncia, y claramente alimentadas por los afanes de la fama. Me refiero a Victoria Abril y a sus declaraciones delirantes sobre la pandemia, el “coronacirco”, la llamó, y su negativa a ponerse mascarilla, incluso para la entrega el próximo día dos del Feroz de Honor en el Coliseum de la Gran Vía de Madrid. Este deseo de notoriedad asesina, pues estimula el incumplimiento de las restricciones de la pandemia, no merece la retirada del galardón, a juicio de la organización. Con otra gilipollez justificativa del tamaño de un rascacielos aseguran que ellos no van a ir contra la libertad de expresión de la actriz, cuyo veto podría convertirse en un nuevo caso Hasél, en referencia al rapero encarcelado. O sea, el delirio de la protagonista de la película Amantes tiene preferencia frente al maratón mundial para acabar con la pandemia, tanto desde la gestión política como científica; frente a los millones de fallecidos por los contagios, y frente a los que luchan en las UCI por salir adelante. Los promotores del premio señalan que Victoria Abril habla desde el respaldo de “una corriente científica” que considera a los humanos meras cobayas con las que se experimentan vacunas no probadas, declaró la artista. Desconozco si toda esta basura tóxica pronunciada por una persona de influencia social es materia para una penalización, pero viene a ser psicodélico que Feroz no se niegue a concederle el galardón y que le permita ir a la gala sin mascarilla. Y todo por no hacer de todo ello un nuevo episodio de la ley de mordaza. Conclusión: vamos a tener que oír todo tipo de excrecencias, hasta las que llaman a una rebelión contra unos protocolos para salvar vidas. La decadencia artística es un buen avituallamiento para este tipo de comportamientos que tratan de imitar malamente las excentricidades de Fernando Arrabal, inofensivo con sus apariciones marianas, o las del mismo Leopoldo Panero, el poeta loco que expedía de las profundidades de su organismo un verdadero babel de lenguas. Esto es otra cosa, como lo fue la de Miguel Bosé. Victoria Abril, a la que admiro como actriz, puede acabar su vida como mejor le plazca, pero nadie le ha dado permiso para que disponga de la de los demás. Son ya muchos muertos para soportar encima divismos cochambrosos.

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