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Juan Francisco Martín del Castillo

Celaá, atrévete a saber

Da pigricia volver sobre el asunto, pero el cinismo de este gobierno hace necesario insistir. La responsable de la cartera de Educación, la señora Celaá, ha sentenciado -no cabe otro juicio- que el éxito escolar del curso pasado, con un promedio porcentual superior en ocho puntos a lo conseguido en el ejercicio anterior, se debe a que «los alumnos han estudiado más porque tenían miedo». Así, resulta que el miedo se ha convertido en la estrategia de aprendizaje que necesitaba el sistema educativo, en el ansiado cáliz de la salvación. Cualquier otra razón, por argumentada que pareciera, queda oscurecida por esta epifanía de la ministra. A decir verdad, convenir en que el sanchismo ha hecho de la falsedad y la mentira las armas principales de su política social no significa más que certificar algo que, con el paso de los días, se va confirmando palmariamente. Las afirmaciones de Celaá, al margen de la valoración moral y pedagógica, son un episodio más en la historia de despropósitos de este gobierno. En realidad, constatan lo que, de un tiempo a esta parte, los mismos agentes sociales han venido advirtiendo, una deriva incesante en la que la intolerancia y el sectarismo actúan como guías de conducta y acción.

La educación, y hay que repetirlo hasta la saciedad, aun a riesgo de resultar pesado, es el pilar de una sociedad, la «patria de los hijos», como la denominaba Ortega y Gasset. Pero, el socialismo, en vez de asumirlo, lo socava continuamente, haciendo que el dicho kantiano de que «el hombre es lo que la educación hace de él» se resuelva en su contradicción, esto es, que el hombre sea lo que la ignorancia provoque en él. Atreverse a afirmar en público, con la solemnidad que implica un acto institucional, que los alumnos han mejorado en sus rendimientos académicos por el miedo es de tal calibre que hace pensar que nos gobiernan unos auténticos tahúres, unos individuos que se ríen de los administrados y que encima esperan que se les aplauda por sus ocurrencias. Faltar al respeto, a la inteligencia y al sosiego de los españoles parece que no les cuesta nada a estos gobernantes ahítos de arrogancia. En fin, como a nadie se le oculta, el espectacular índice de aprobados entre los educandos nacionales obedece a la laxitud regulatoria, precisamente, de unas autoridades que encontraron en la pandemia un inesperado aliado para su controvertida reforma pedagógica. A los docentes, las palabras de Celaá nos duelen en lo más profundo, no sólo porque engañan a los medios informativos, sino porque suponen también una ridiculización de la actividad profesional. A partir de ahora, y siguiendo la directriz marcada por la ministra y su equipo, habrá de provocarse el terror entre los chicos para que se motiven y progresen en las materias. Un sinsentido, un desprecio hacia el magisterio y un cinismo sin parangón en la reciente historia educativa.

Platón pedía que no nos gobernaran los analfabetos, pero nuestro Ortega iba un tanto más allá. En una conferencia de 1909, vino en afirmar algo que, a la luz de lo expresado por el gobierno actual a través de la responsable de la instrucción básica, adquiere un tono premonitorio: «¡Y aún peor, señores, que los analfabetos intelectuales son los que a la vez practican el analfabetismo moral!». Isabel Celaá, no se sabe si por convicción o por delegación, ha abrazado la postura cínica hasta confundirse con ella. Ni el magisterio, ni los alumnos ni los españoles en general nos lo merecemos. Hay que recobrar el ánimo, respirar hondo y dejarse aconsejar por el viejo Kant, el Kant del coraje y la decisión, de la inteligencia y la ilustración. Sapere aude, atrévete a saber y a valerte por ti mismo, especialmente, cuando al gobernalle de la nación, no hay nadie con las suficientes virtudes como para mirar de frente a la verdad.

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