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Ángel Tristán Pimienta

Suprema de Covid-19 al aroma de SARS-CoV-2

Aunque miles de voces, cientos de mi- les, millones, cientos de millones… se opongan a las leyes de la gravedad, gritarán en vano. Si las desafían, se romperán la crisma. Da lo mismo que el alcalde de Santa Cruz de Tenerife, el presidente del Cabildo Insular de Tenerife, los empresarios turísticos de Tenerife, y que la Sala II de lo Contencioso Administrativo del TSJC en su sede, casualmente, de Santa Cruz de Tenerife considere en sus medidas cautelarísimas que no hay evidencia científica de que uno de los mayores focos de propagación de la covid sea el interior de los bares y restaurantes para que, en efecto, lo sean.

La red de vigilancia epidemiológica no tenía previsto un ítem que dijera «contagios en restaurantes y guachinches chicharreros»; pero esta ausencia se suple por la ingente cantidad de brotes producidos en el interior de restaurantes y gimnasios publicados en estudios de gran solvencia técnica en las revistas científicas de mayor impacto como Nature y Science, y otras de la especialidad.

También estos casos saltan casi todos los días a los medios de comunicación. No estarán en la jurisprudencia, pero sí le vendría muy bien a la justicia situarse en la órbita científica.

Con estas frivolidades lo que se está consiguiendo es que aumente el efecto piramidal en sus dos vertientes: a más contagiados, más contagios en la cadena sin fin de casos posteriores intrafamiliares, y así sucesivamente, hasta que se corte la progresión con severas iniciativas de choque. Con medidas mientras más radicales mejor basadas en el estado de la ciencia y no en el estado de la impaciencia. Como consecuencia lógica del aumento de contagiados, hay más hospitalizaciones, más UCI y más muertes. Esto puede apreciarse fácilmente en las estadísticas diarias facilitadas por el Servicio canario de Salud (SCS) que apuntan a una situación a corto plazo de extrema gravedad, si se siguen dando tumbos y aceptando consideraciones ajenas al verdadero interés general en estos momentos.

La verdad sea dicha, asombra el grado de excentricidad –por hablar fino- que se ha ido alcanzando a base de retorcer los argumentos y llevar la contraria a la ciencia, pero, sobre todo, al sentido común. En este momento, Canarias está colocada fuera del mapa internacional como destino sanitario seguro al anularse las medidas preventivas aconsejadas por los técnicos de Salud Pública que podrían frenar esta nueva curva viral.

Como decía en sus tiempos un político isleño de UCD «lo más seguro es que cualquiera sabe». Pero muchos empresarios intuyen que los europeos no volverán por lo menos hasta la temporada de invierno; y si en Tenerife continúa el carnaval o la romería isloteñista… hasta el año que viene si Dios quiere. Porque el caso es que como dice el refrán, Dios le da sombrero, o bonete, hasta al que no tiene cabeza.

En esta pandemia son más las incertidumbres (como es natural, es muy reciente, apareció en 2019 oficialmente en Wuhan (China) que las certezas, que son pocas pero muy importantes, porque están basadas en el estado de la ciencia y de la evidencia científica derivada de la experiencia y el conocimiento adquiridos en todo el mundo en la lucha contra el virus. Esto es así, lo niegue Agamenón o su porquero.

Ha sido extraordinario, verdaderamente asombroso, el avance en la puesta a punto de vacunas de efectividad demostrada. Eficiente es un cociente de eficacia y economía, propio del campo empresarial y de la gestión; pero ese es un concepto que no interesa, o al menos que no es determinante, en materia de salud publica; la eficacia es el buen resultado en laboratorio; y la efectividad es el buen resultado en la ciudadanía. Aunque se haya tenido que afrontar una campaña enorme de desinformación, intoxicación, conspiracionitis… y cañas a la madrileña.

A todo este panorama ha contribuido igualmente la falta de firmeza y liderazgo de los gobiernos regionales o locales, casi todos en modo zigzagueo. Visto lo visto, el Gobierno de la Nación debió de haber forzado, frente al filibusterismo parlamentario del PP, la prórroga del estado de alarma. Pero el exquisitismo, la confrontación perfeccionista y tiquismiquis entre el estado de excepción y el de alarma en medio de una pandemia histórica, solo comparable a la de la gripe de Kansas en 2018, ha intoxicado incluso a los Altos Tribunales, que han caído en el vicio de discutir el sexo de los ángeles, incluso en estos momentos de gran actualidad de la transexualidad.

Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) y el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) han acuñado la certeza de que la principal vía de transmisión del virus SARS-CoV-2 se produce a través de los aerosoles emitidos por personas contagiadas. Y fundamentalmente, en espacios interiores sin la protección de la mascarilla, y sin distancia de seguridad interpersonal durante un tiempo de exposición superior a 10 minutos. Estos ingredientes constituyen el perfecto menú para la propagación de la enfermedad, que podría integrarse en la carta pandémica como tormenta suprema al aroma de SARS-CoV-2.

Lo que anunciaban los técnicos de Salud Pública –servicio que se ha ido arrinconando en Canarias en los últimos veinte años– se ha venido cumpliendo inexorablemente. Los últimos datos sobre los contagios de personas menores de 39 años son muy alarmantes.

Seguimos teniendo un desafío: volver a ser un destino seguro. O sea, tenemos un doble problema igualmente grave: el sanitario y el económico. Un futuro muy, muy oscuro con el regate corto. Ser bien queda con tu microcosmos tiene su precio.

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