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José María Asencio Mellado

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Estamos cansados.

Suben los contagios, pero de momento no se dispara la cifra de hospitalizados y fallecimientos. Las vacunas están dando un buen resultado que se traduce en una cierta y comprobada inmunidad para aquellos que, por su edad, han recibido la pauta completa o, incluso, una sola dosis.

Sin tener más idea que la propia de un ciudadano tan ignorante como muchos, comparo lo de hoy con lo de ayer y no sucumbo al miedo al ver una realidad que poco se asemeja a la de hace meses. Entonces morían los más desvalidos y los hospitales estaban saturados. Hoy, los contagios no se traducen en consecuencias tan funestas y en su inmensa mayoría los afectados, jóvenes, son asintomáticos o de muy escasa gravedad. Tal vez, pienso desde mi desconocimiento, haya llegado el momento de empezar a abandonar el criterio de los contagios, y atender a los efectos en el sistema sanitario. Porque acabar con el virus no parece posible, como tampoco ha sucedido con otros, el de la gripe, mucho más mortales que éste en tiempos pretéritos y que se ha hecho común cada temporada invernal.

Y es que debemos ser realistas. No hay manera ya de insistir en medidas de confinamiento o similares y menos en verano, especialmente en jóvenes a los que hemos exigido sacrificios impropios de su edad en todos los órdenes de la vida: en los estudios, no presenciales, en la ruptura de las relaciones humanas en nacimiento y desarrollo vital, en todo aquello que, recordemos, era natural cuando éramos como ellos. La vía no es esa ya, sean las que sean las consecuencias, a salvo, por supuesto, de que factores imprevisibles nos llevaran a un escenario distinto, que los contagios se tradujeran de verdad, no de manera alarmista, en un aumento de ingresos que revelara riesgos ciertos, no presunciones genéricas. Limitar derechos, ya lo han dicho los tribunales, no se puede basar en conveniencias o previsiones, sino en riesgos comprobados y en medidas necesarias e imprescindibles. Es decir, los criterios médicos no son equiparables a los legales y la prevención no justifica limitar derechos si no es absolutamente inevitable y eficaz para un fin determinado.

La solución ahora no puede ser otra que la de incrementar el ritmo de vacunación y, creo en este sentido, que la lógica establecida de un orden por edades descendentes, razonable, podría tal vez modificarse empezando urgentemente a actuar con aquellos jóvenes que han salido ya a la calle y que no va a ser posible someter a más restricciones.

Seguramente, por lo que veo y oigo, hay cada vez un mayor número de personas que empiezan a aceptar la idea de asumir la enfermedad como una realidad, como un tributo a la condición humana y que han experimentado los efectos de la distancia social, recomendada, pero dañina a esa condición. Normalizar el término distancia social debe ser rechazado y menos aún permitir que cale y se convierta en normal. Han aceptado el reto de vivir, con los peligros que ello entraña.

No creo que vaya a ser posible ya volver a lo anterior. Y no lo creo porque la sociedad está cansada. Me parecen bien los discursos alarmistas o los que llaman a la prudencia, insistiendo en lo pasado, en la soledad de la red. Los entiendo, pero que la solución sea de nuevo una y la misma. No sirven ya estos llamamientos y basta salir a la calle para comprobarlo. Eso es la realidad y a ella hay que atenerse.

El daño hecho a la economía, que afecta a la vida, es tan tremendo que ahora toca pensar en otras claves, en otras soluciones, en otras medidas. Claro que dieron resultado los confinamientos y los toques de queda y los cierres de los lugares de encuentro. Pero ese tiempo ya pasó.

Creo que la sociedad se ha comportado muy correctamente. No puede haber queja. Pero, precisamente por eso, ahora toca no excederse y apagar las alarmas que no se justifiquen en peligros ciertos. Y peligros ciertos no es lo mismo que riesgo, que previsiones que varían a la par que la aparición de nuevas variantes, más o menos graves y que, resulta hasta ahora, siempre han conllevado más contagios, pero no más mortalidad.

En fin, calma y equilibrio, incremento de la vacunación y comienzo inmediato de la de los grupos etarios más propensos al contagio por su forma de vivir, la propia de la edad. Si hay que cambiar los itinerarios, se cambian. Y empezar el curso en septiembre con la inmensa mayoría de estudiantes vacunados. Al menos en la Universidad.

Sin tener ni idea, como tantos otros que escriben, prefiero no sucumbir al miedo y opto por convivir con el virus mientras no se acredite que los contagios se traducen en un aumento importante de los ingresos hospitalarios graves o de las defunciones. Y que ese incremento no se palía o se puede paliar con otros recursos. Poder hacerlo alterando el orden de vacunas y no hacerlo, pero limitar los derechos de todos por causa de una decisión política que en otros lugares no siguen, no parecería razonable.

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