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Juan Francisco Martín del Castillo

El gen ideológico

Recientemente, el todavía ministro, el señor Garzón, difundía un vídeo en defensa de la vida sin carne en la mesa por el bien de la “persona individual y el propio planeta”. Lejos de mí, calificar a los vegetarianos de dogmáticos e intolerantes, lo cual, aparte de injusto, sería claramente discriminatorio. Todos, y cuando digo todos incluyo al propio ministro comunista, tenemos el derecho a hacer con nuestra vida lo que queramos. Ahora bien, una cosa es situarse en el plano de la intimidad, en el que uno es soberano de cuanto dice y hace, y otra muy diferente alzar la voz en calidad de representante del gobierno de la nación. Si en la primera realidad, no hay margen a la censura de los pensamientos, en la segunda, habrían de medirse con extremo cuidado las palabras para no herir a quien sostenga opiniones contrarias a las nuestras so pena de caer en el adoctrinamiento o, tal vez, en algo mucho peor, rayano en el sectarismo ideológico y político.

Desde hace un tiempo, existen posturas que se decantan inflexiblemente por reducir la libertad de los individuos, y además con el beneplácito institucional o gubernamental. El actuar de Garzón es buena muestra de ello. Con una sonrisa en la boca, postulando en favor de la salud personal y planetaria, propone que la única opción de vida es la suya, la que se acerca más al ideal de una determinada concepción ideológica. Tal forma de entender el contrato social no deja de ser curiosa a la par que inquietante por las consecuencias que se derivan de su puesta en práctica. El ministro de Consumo exhibe su profesión de fe comunista allí donde va, hablando en términos muy despectivos de quien no atribuye al Estado otra función que la de mero garante de las libertades de los individuos concretos. Por supuesto, nadie quita legitimidad a su credo político, pero, en el desempeño institucional, debería respetar a todos y cada uno de los ciudadanos y, singularmente, guardarse del vicio sectario en sus proclamas en las redes.

La izquierda reaccionaria, de la que forma parte con orgullo el señor Garzón, ha encontrado en la ingeniería social el formato óptimo para extender las famosas Tesis sobre Feuerbach de Marx y, con especial fruición, la undécima, la que pone el acento en la transformación del mundo. Sin embargo, lo que no se conocía, hasta justo este momento, era que la proyección social de la doctrina marxista también incluía el diseño genético. Con las afirmaciones de Alberto Garzón, se da un paso más hacia la definición del hombre del futuro. El gen ideológico, repito hasta ahora ignorado, es el empeño de cierta izquierda que ya no duda en activar sus oscuras pretensiones sobre el común de los mortales. Un gen que, como ya avisara Richard Dawkins, es muy celoso de su condición. Y uno se pregunta si este nuevo gen de las ideas será tan egoísta como el fisiológico, si, inclusive, eliminará a sus posibles contrincantes; en fin, si acabará con la libertad. No tengo respuestas a estos interrogantes, pero sí la certeza de que la intención doctrinaria y sectaria de los neocomunistas se pone al descubierto cada jornada que amanece. Para ellos, la existencia de la genética ideológica es tan evidente que no sólo dicen lo que hay que pensar, sentir o razonar, sino hasta lo que hay que comer. De esta manera, el empeño del adoctrinamiento comenzará desde el mismo desayuno, cuando ni siquiera se es consciente de lo que nos deparará el día.

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