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Ángel Tristán Pimienta

Hagan caso a la Ciencia y no a los sabiondos

El médico, profesor e investigador del CIBER del Hospital Doctor Negrín, Jesús Villar, fue rotundo: “Los antivacunas viven mentalmente en la Edad Media”. Y punto. Esta es una opinión unánime de los científicos que lidian con la COVID y tratan de desentrañar sus muchos misterios.

El ‘principio de precaución’ tiene una enorme solidez frente a este coronavirus, y en general frente a todos los virus. Primero fueron las mascarillas y la distancia física como barreras eficaces para evitar el contagio; y luego, gracias a los ‘cazadores de virus’, las vacunas. La de la viruela ha terminado por erradicar esta terrible enfermedad, y la de la polio también ha salvado millones de vidas. Y la de la gripe ha sido igualmente muy efectiva, cortando en seco algunas explosiones epidémicas.

Y no se puede olvidar, en estos tiempos de charlatanería irresponsable y mendaz, que cada año la vacuna de la gripe es distinta aunque siga siendo igual: se va adaptando a las nuevas cepas que van caracterizando a la gripe ‘estacional’. Este es el mejor argumento contra los que vocean que estas vacunas anti-COVID son un engaño o que no sirven para nada. Ya los estudios científicos han demostrado su efectividad. El problema es que no hay profetas capaces de adivinar en tan poco tiempo los ‘trucos’ de este enemigo invisible.

No es cierto, sin embargo, que desde la ciencia no se aconsejara mantener las medidas preventivas una vez vacunados. El día que me dieron el alta en el Dr. Negrín, el neumólogo del HADO (Acrónimo de Hospitalización a Domicilio), un servicio puntero de atención personalizada, me dijo que no bajara la guardia. Que ya se estaban tratando allí dos reinfecciones.

Y donde hay dos, pensé, puede haber doscientas. Tanto él, como el médico de familia en el centro de Salud de Santa Brígida, me aconsejaron que mantuviera las medidas de precaución habituales: que siguiera con la mascarilla, que continuara manteniendo la distancia de dos metros, que no olvidara frecuentes lavados de manos y uso de geles hidro-alcohólicos y que evitara los lugares cerrados… Son los mismos avisos que dan todos los hombres de ciencia o con seso: no hay epidemiólogo, virólogo o técnico en salud pública que discrepe de este catecismo y del panel de medidas apropiadas para la prevención y contención de la pandemia.

El problema es que hay mucha debilidad mental disfrazada que anula el discernimiento y hasta el sentido de supervivencia. Esas tomaduras de pelo a los rastreadores cuando preguntan por los contactos con positivos, que solo pretenden evitarle la UCI y quizás la muerte; esos imbéciles que con estúpida chulería insultan a los que por su propio bien y el de todos les piden que usen la mascarilla en las guaguas, por ejemplo, o en las chácharas después de las comidas en los salones cerrados de restaurantes o cafeterías; esos políticos sin vergüenza que siembran la desconfianza y convierten el virus en banderín político y confunden la libertad, tan incompatible con el franquismo residual del que forman parte, con el bien común…están provocando algo parecido al ‘efecto Capitolio’ de las intoxicaciones y maldades de Donald Trump.

Descalificar la vacunación porque quizás haya que reforzar en unos meses la inmunización con una tercera dosis es ser un ignorante peligroso. Insisto: todos los años hay campañas de vacunación de la gripe.

La COVID 19 no sabe de política ni ‘perdona’ a los tontos o ingenuos que se han dejado engañar y que acaban intubados y sedados en las unidades de cuidados intensivos. No se confundan con algunas decisiones judiciales. Los jueces no han estudiado medicina. No responde de la misma manera un virus que un chorizo. Entender los secretos de la Sábana Santa custodiada en Santiago de Compostela y las razones de Poncio Pilato para hacer lo que hizo no es un MIR en virología ni un doctorado en catástrofes naturales. Es asimismo una temeridad que alguien que cree en los horóscopos y la astrología exija evidencias científicas a los astrónomos. Igual que sería una indecencia que dos matronas fueran negacionistas y tan naturalistas (y soberbias) que se negaran a vacunarse en un hospital.

Canarias iba bien, se confiaba en que los países emisores de nuestros clientes turísticos iban a declararnos ‘destino seguro’ y sin riesgo, pero de repente todo empezó a ir mal; y ahora me refiero sólo a la pandemia que nos asola y desola: la curva se aplanaba, los dientes de sierra cada vez eran más pequeños… hasta que rugió la quinta ola.

Han vuelto a llenarse las UCI, se multiplican los contagios, la gravedad y la mortalidad afectan mucho más a los no vacunados, botellones con docenas o cientos de descerebrados, o simplemente borrachos, discursos tan simples como el mecanismo de una cerilla en un monte a 40 grados, tienen efectos perversos: provocan una falsa sensación de inmunidad. Empiezan a aparecer en las redes y en la prensa y televisión chicos y chicas hospitalizados arrepentidos por su estupidez…pero es probable que sea demasiado tarde.

El número de muertos aumenta sin parar, aunque algún día no haya fallecimientos y alguien diga que parece que la ola desaparece en la arena y que solo queda la espuma. Falsa realidad: el jueves – en la lista comunicada el viernes- hubo otros cuatro muertos, esta vez todos en Tenerife. Tres sin que conste vacunación, y una mujer de 89 años con la pauta completa. Desde el primer embate van en Canarias 844 entierros, y el domingo, (hoy) quizás se haya llegado a los 850. Camino de los 1.000.

No es tiempo de frivolidades ni de sucumbir a los cantos de sirenos y sirenas de algunos lobbys desaprensivos.

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