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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

El espacio público canario

Para la presidenta actual (y futura) del PP de Canarias, María Australia Navarro, la presencia vacacional de Pedro Sánchez en Lanzarote es una “oportunidad perdida”. Si no he entendido mal Navarro piensa que si Torres fuera un presidente más hábil, diligente y comprometido se presentaría en La Mareta, se desharía con unos golpes de kárate de los guardaespaldas y obligaría a Sánchez a ponerse pantalones y afrontar juntos las demandas de Canarias. Debe reconocerse que la señora Navarro es una dirigente política sorprendente. Después de tantos años – la recuerdo todavía como consejera de Presidencia en el primer gobierno de Adán Martín, un departamento donde ni frenó ni puso en marcha maldita la cosa– jamás le he escuchado absolutamente nada de interés, ni en el fondo ni en la forma de su discurso. En La Mareta también se alojó José María Aznar y su esposa –como después Rodríguez Zapatero -- y nadie le fue a tocar la puerta. Representa una extraña forma de provincianismo suponer que si un presidente del Gobierno veranea en un territorio está en la obligación política y moral de reunirse con las autoridades locales y ponerse a trabajar en una mañanita para sacar las cosas adelante. Felipe González no se reunía con el presidente de la Junta de Andalucía en Doñana. Al menos no oficialmente. Lo cabal es exigir sobre lo que hacen los presidentes mientras trabajan, no mientras están de vacaciones. Lo único realmente extraño en las vacaciones de los presidentes españoles es que les salgan totalmente gratis. No es lo habitual en los países europeos. Los mandatarios del Reino Unido o de Alemania se pagan las vacaciones de su propio bolsillo. El presidente de la República Francesa –jefe de Estado -- tiene a su disposición el fuerte de Brégançon, en un islote de la Costa Azul, donde, como sus antecesores, se tumba brevemente a la bartola mecido por miles de policías y agentes de seguridad.

Lo de las vacaciones de Pedro Sánchez en Lanzarote es, sobre todo, una prueba de la miseria de los contenidos que se difunden y debaten en el espacio público canario. A veces me inclino a pensar que ese espacio público, simplemente, no existe, y que los responsables políticos isleños ni huelen lo que es o podría ser. El espacio público (en una reducción de tesis habermasianas) es una red donde se producen procesos de comunicación y deliberación política en un amplio sentido que incluyen la exposición y debate de valores, crítica económica y social, convicciones morales o posiciones ideológicas. El espacio público se articula en varias dimensiones, que van desde las cafeterías, clubes o ateneos hasta los fenómenos y propuestas de la creación cultural, pasando, por supuesto, por los medios de comunicación. Ciertamente en Canarias ese espacio público ha crecido y madurado perceptiblemente en los últimos veinte años, pero sobre todo en las relaciones internas de las élites empresariales, científicas y académicas. Un mapa del espacio público canario nos desvolvería, precisamente, una imagen archipielágica y fragmentaria. Las prioridades, críticas y demandas siguen una endiablada circularidad (los medios hablan de lo que dicen los políticos y los políticos de lo que dicen los medios y si alguien entra en la maquinaria acaba triturado) y por tanto los debates, las alternativas, los planteamientos ajenos a esa dialéctica y a ese lenguaje quedan excluidos. Por eso en este país apenas se discute desde la pluralidad y la evidencia de los datos sobre urbanismo, sobre la escuela concertada, la erosión de la institución familiar, los costes y beneficios de un proyecto como el puerto de Fonsalía, el desempleo juvenil cronificado, la catástrofe de la FP, el pésimo nivel de los idiomas extranjeros entre los estudiantes canarios o la reforma de las administraciones públicas. Que Pedro Sánchez pase sus días de ocio en La Mareta es mucho menos interesante que la debilidad del espacio público en Canarias y el abarataramiento democrático que supone.

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