La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Xavier Carmaniu Mainadé

Entender + con la Historia

Xavier Carmaniu Mainadé

El hormigón no detiene la libertad

La caída del Muro de Berlín (1989) con la Puerta de Brandeburgo al fondo.

Cuando el 13 de agosto de 1961 los habitantes de Berlín Oriental despertaron, se encontraron rodeados de alambradas. Según el Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA), lo que había construido en una sola noche era un muro de protección antifascista.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania había quedado dividida en dos. Una parte quedó bajo el control de los aliados occidentales (EEUU, Reino Unido y Francia) y la otra de la Unión Soviética. Los primeros crearon la República Federal Alemana (RFA) mientras que los soviéticos fundaron la RDA.

Lo que empezó a suceder enseguida que Alemania quedó desgarrada en dos fue una fuga constante de ciudadanos de la RDA, que pasaban al otro lado a través de Berlín. Se calcula que entre 1949 y 1961 se exiliaron unos tres millones de personas. Además, cada vez más polacos y checoslovacos utilizaban la ruta berlinesa para cambiar de aires. Era una fuga de talento que el sector soviético no se podía permitir. Así pues, aquel supuesto «muro antifascista» no era más que una prisión: 120 kilómetros formados por 45.000 inmensas piezas de hormigón, de 1,5 metros de ancho por 3,6 de alto. Por la parte de la RDA era imposible acercarse, ya que gran parte del terreno que lo rodeaba estaba minado. Además, estaba controlado las 24 horas del día por 300 torres de vigilancia, con ametralladoras siempre listas para disparar si alguien osaba aproximarse a la zona prohibida. En cambio, por el otro lado, el muro se convirtió en un inmenso lienzo donde todo tipo de artistas plasmaron sus obras, a menudo apelando a la libertad y la democracia.

Ningún muro es lo suficientemente alto ni lo suficientemente grueso para disuadir los intentos de la gente desesperada, capaz de jugarse la vida para abandonar su casa buscando una nueva oportunidad. De hecho, ya durante la construcción del Muro de Berlín se produjeron las primeras fugas, incluidas las de 85 miembros del cuerpo de vigilancia, que se suponía que debían impedir que la gente escapara. También se marcharon unos 400 civiles durante los primeros días, aprovechando que aún no se había consolidado aquella nueva frontera en el corazón de Europa.

En total se calcula que se produjeron unos 5.000 intentos de fuga, algunos con métodos que parecían sacados de las películas de espías (túneles subterráneos, dobles fondos de vehículos, globos aerostáticos caseros...). No todos lo consiguieron y algunos perdieron la vida. El balance de víctimas mortales oscila entre 125 y 270 según las fuentes.

Uno de los casos más escalofriantes se vivió cuando apenas hacía un año de su construcción. El 17 de agosto de 1962, Helmut Kulbeik y Peter Fechter, de 18 años, intentaron saltar la valla pero fueron sorprendidos por la guarnición de una de las torres, que abrió fuego sin contemplaciones. Kulbeik pudo escapar, pero su amigo recibió un disparo y cayó malherido al lado de la alambrada. Nadie le ayudó y murió tras una hora agonizando a la vista de todos. En 1997, cuando hacía ocho años que el Muro había caído y el sistema comunista había colapsado, dos exsoldados de la RDA fueron juzgados y confesaron haber sido los autores de los disparos. Fueron condenados a casi dos años de prisión.

En el lugar donde Fechter fue asesinado ahora hay un memorial para homenajearlo, donde se puede leer la inscripción Él solo buscaba la libertad. Estas ansias de libertad son las que empujaron a los berlineses de la parte oriental a derribar el muro el 9 de noviembre de 1989, cuando las autoridades anunciaron que lo querían dejar inoperativo.

El muro desapareció, pero su cicatriz quedó para siempre en las generaciones que tuvieron que convivir con él. Para que sus descendientes no olviden el daño que causó, actualmente una línea de adoquines marca su recorrido en el centro de la ciudad. Parece imposible que hubiera existido, y de hecho es un buen recordatorio de que por más hormigón que se ponga, tarde o temprano todos los muros terminan derribados. Pueden pasar más o menos años, pero si algo enseña la historia es que no hay nada que dure para siempre.

Compartir el artículo

stats