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Juan Francisco Martín del Castillo

El aguinaldo progre

Cómo es la vida! En estos momentos, el aguinaldo hasta tiene adjetivos, una serie de calificativos que lo condicionan y que, casi de manera simétrica, caracterizan al que hace entrega del regalo tanto como a su destinatario. Sin ir más lejos, existe un aguinaldo familiar, cuya sola presencia nadie discute y que suele ser el más celebrado por grandes y pequeños. Luego, hay un segundo tipo de aguinaldos corporativos, como la escarapela que en ocasiones ofrecen las principales compañías a los visitantes de sus instalaciones, pero que, en las fechas navideñas, se tornan en reconocimiento a los empleados destacados por su labor. Aunque, de la madeja de posibles aguinaldos, sobresale uno que, por su peculiar naturaleza, resulta ciertamente distinto a cualquier otro. Es, por así decir, el aguinaldo de los políticos, una suerte de propina ideológica que, vencido el año, se distribuye entre los más próximos a las consignas del partido en el poder. Por supuesto, la entrega no se realiza en especie, puesto que, las más de las veces, no se presenta como una donación material, sino como un guiño al rebaño, una dádiva especial para congraciarse con la parroquia de conmilitones.

El aguinaldo progre de este segundo año de pandemia ha sido la Campaña de Navidad del Ministerio de Consumo, del que es responsable el ínclito Alberto Garzón, que, en verdad, cumple a rajatabla con los pensamientos de Michel de Montaigne, en concreto, éste que reza así: «habitualmente los puestos preferentes están ocupados por los hombres menos capaces». Tal vez para aliviar la demostrada insuficiencia intelectual, o quién sabe si para reforzarla, ha querido hacer una proclama a los de su facción, a los que se reconocen como miembros de la progresía más recalcitrante, es decir, a los que pregonan a los cuatro vientos qué se ha de pensar y qué se ha de comer o, para el caso, con qué juguetes han de jugar los niños y las niñas. Pues, a lo uno y a lo otro va destinada esta dichosa propaganda ideológica. Si hay que dejar claro que los juguetes no pertenecen al capricho del pequeño, sino a los estereotipos de género, se hace y, si es necesario, se monta una huelga general con los recursos que los de abajo, los que pagan los impuestos, aportan a las arcas públicas. Por favor, y en este punto no se admiten bromas, el juguete es un elemento estratégico en la configuración del futuro progre. En detalle, si la niña elige una muñeca de ojos garzos, mal asunto, y si el niño, por su parte, desea un bazooca, peor aún. Hay que reconducir al menor -lo llaman educación en perspectiva-, hacerle ver que las cosas no deben ser así, que eso de elegir, lo de decantarse por esto o por aquello, suena a libertad, la palabra de Satán para el hijo de la progresía.

Con todo, la guinda del aguinaldo progre ha sido el roscón de Reyes, el colofón perfecto a la campaña de publicidad. El ministrillo, metido en harina, advierte de la nata con la que se ha de confitar el delicioso pastel, no vaya a ser que el consumidor equivoque el aderezo. Según sus palabras, sabias donde las haya, «nata, nata». Y así damos con el fin de esta columna, que no es otro que si progre eres, progre morirás, aunque no comas ni dejes comer a los demás, como el perro del hortelano que, seguramente, fue también a por el aguinaldo de su amo y ya jamás se supo de él.

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