La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan José Millás

A la intemperie

Juan José Millás

Era eso

F ui a ver una obra de teatro sobre la que había leído críticas excelentes, quizá algo exageradas para resultar verosímiles. Pero hay en mi alma una glándula productora de ingenuidad que todavía cree en la prosa ditirámbica, signifique lo que signifique ditirámbica. Y bien, saqué la entrada por internet, me afeité y me vestí tras pasar por la ducha y allá que fui dispuesto a alimentar el intelecto, tan castigado por los telediarios y todo lo demás. La obra era un espanto: un espanto de escenografía, de iluminación, de sonido, un espanto de interpretación, pero el texto, Dios mío, el texto era el espanto hecho sintaxis. Miré el reloj cuando calculé que había pasado media hora y apenas habían transcurridos diez minutos. De haber estado en el cine, me habría ido pitando, pero en el teatro da apuro obligar a levantarse a la gente que se encuentra entre el pasillo y tú. Además, algunos espectadores podrían pensar que aquel movimiento mío formaba parte de la peripecia teatral, es decir, que quizá yo era un actor camuflado entre el público y que con mi presencia empezaría por fin a pasar algo. Me pareció cruel infundirles falsas esperanzas.

Fueron, pues, noventa minutos que parecieron noventa siglos, ya que en las situaciones límite de aburrimiento el tiempo se estira y se estira imitando las formas de la cámara lenta. El caso es que al terminar la obra empezamos a aplaudir educadamente. Al tercer aplauso, cuando desistí porque me parecía que ya había dado más de lo que había recibido, el personal continuaba ovacionando a los intérpretes. Al salir el autor, alguien se puso en pie, como en los grandes estrenos, y el delirio aplaudidor creció hasta límites sospechosos. No podía entenderlo porque yo había visto con mis ojos cómo los que lanzaban vítores habían bostezado durante todo el espectáculo. ¿Por qué ahora hacían una demostración tan desmedida de lo contrario?

Abandoné, atónito, la sala y de camino a casa me encontré con un sociólogo amigo al que le comenté lo sucedido. Esto fue lo que me dijo:

- No aplaudían a los actores ni al autor de la obra. Se aplaudían a sí mismos por haber soportado un espectáculo al que la crítica, por las razones que sea, ha puesto bien.

- ¡Ah, era eso! -exclamé yo con asombro.

Compartir el artículo

stats