La Provincia - Diario de Las Palmas

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Piedra lunar

¿Viento y calima son paisaje?

En cierta ocasión nos preguntamos en esta misma columna que si la calima era paisaje. No lo hacíamos como juego literario sino intentando ver cómo funciona este fenómeno atmosférico en nuestro imaginario o en nuestro pálpito más cercano. Tenemos asumido lo que los hombres de la Generación del 98 escriben del paisaje, cuando afirman: «el paisaje es un estado del alma». O lo que es lo mismo, una prolongación de nuestro espíritu, de nuestra percepción, de nuestra sensibilidad ante los elementos del entorno. Así, la naturaleza cruda se convierte en paisaje cuando la sometemos a una vivencia a la que sigue una interiorización y un temblor emocional.

Estamos ante dos elementos, el viento y la calima, que no tienen corporeidad, son etéreos y dinámicos, se mueven, vienen y van y se colocan ante nosotros, y, al cabo de un tiempo medido, dos o tres días, desaparecen. Hace dos semanas, una inmensa lengua de polvo en suspensión cubrió la Península y se internó, tras los Pirineos, por Centroeuropa. Los habitantes de casi todos los países europeos estaban sorprendidos ante el desconocido o nada frecuente fenómeno atmosférico. Su entorno había quedado oculto, desdibujado y cubierto con un manto monocolor de tono sepia. Se había configurado ante sus ojos un nuevo paisaje diferente al habitual. Costaba respirar, además de que la mirada se había vuelto turbia. Los transeúntes braceaban en medio de este mar polvoroso, buscando el camino. Los cuerpos estaban envueltos en medio de una evanescente duna vertical.

¿Y el viento? Es un fenómeno que en cierta medida tiene un comportamiento parecido a la calima. Es envolvente, no se ve aunque sí se perciben sus efectos en el entorno. Las palmeras baten como nunca sus largas ramas. Y si el viento se convierte en vendaval observamos cómo arrastra y empuja los objetos volátiles y suele arrancar ramas y hojas de los árboles y no pocas veces el mobiliario urbano. Horas después, vuelve la calma, y el resultado queda extendido y disperso en las calles, plazas y caminos de tal manera que se manifiesta como un paisaje tras la batalla en medio de estos fenómenos. El yo poético, atravesado en su alma pensativa por la tormenta o vendaval o ventisca o sorimba o calima, lo desvela Eugenio Padorno en un poema recogido en el opúsculo Hocus pocus (Mercurio Editorial, 2015).

«A las tres de la tarde fue el largo comienzo de una noche de tormenta amasada en calima, me sorprendió en el tramo en el que el Paseo se angosta: y allí, donde las ventoleras, se entremezclaron los malos tiempos en que venía pensando con el alto fraseo de aquel tiempo de perros / el vibrar de las lonas y cables goteantes, el batir y desquicio de una puerta interior / pues la borrasca ya era también bajo los cielos de la mente / tras el cristal de la bodega, guarnecidos embocaban pistajes palabreando de cosas de la vida; aunque la visión, enhebrada al relámpago, pareciera más bien el diorama de un hostal de silente trasmundo; / y, bajo el trueno, enseguida, casi no menos irreales, las palmeras que, con cabellos desatados, curvaban sus espaldas elásticas en la arenosa y revuelta yacija junto a un mar renegrido. / Memoricé para luego el apunte en que reconocerme un mascarón libre de roda. / en el envite de la Naturaleza a un motín sin amaine del espíritu / que con sus deshojadoras rachas y despieces sintácticos / pudiera aun dentro de aplastantes días de sol perdurar / entre hombres calmados».

Aunque no es necesario buscar referentes conocidos, al igual que sucede con la plástica expresionista, en un alarde de intuición inteligible, ese Paseo, con mayúscula, podría ser el de Las Canteras, ámbito próximo a la cotidianidad del poeta o del perspicaz lector que escudriñe en la esencia del poema,

Pero también el viento se convierte en paisaje social en la creación de Juan Jiménez, poeta del Sur y de la aparcería isleña, como recoge en «Traigo viento en los ojos» (1961-1999):«Aparcero, llevas el sombrero gacho. No te mueras. Llevas la mirada gacha. Llevas todo el dolor del tiempo en la mirada. Y no es por el peso del sol por lo que cae gota a gota así tu vida». Las lexías en uno y otro texto connotan prolongación de existencia humana, estado del alma, por tanto, paisaje.

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