Opinión | Azul atlántico

Huellas de Carlos Amigo

Carlos Amigo Vallejo deja huellas y amigos en la Iglesia de Canarias. Pocas veces un apellido define también a una persona. Se le esperaba en la catedral de Santa Ana en marzo para la ordenación de Cristóbal Déniz pero una caída en febrero se lo impidió y, al final, le abrió las puertas de la Casa del Padre.

Fermín Romero, que le trataba desde el 175 aniversario de la parroquia de San Francisco de Asís en 1996, le envió por correo el queso de mazapán que no pudo entregar en mano en Vegueta. Romero, como Julio Sánchez, o Armando Ladeiro, son tres eclesiásticos con relaciones con el imponente franciscano fallecido ayer en Guadalajara. Hay muchos más. Ladeiro, por ejemplo, fue ordenado sacerdote franciscano en su parroquia de La Isleta por Amigo. Como lo fue en su tierra andaluza José Mazuelos, ‘hijo’ episcopal del emérito de Sevilla.

Ha fallecido una personalidad sobresaliente, un religioso ejemplar, inteligente y lúcido. El último cardenal de Sevilla, sede sufragánea de Canarias, ha sido un impresionante maestro de fe y de vida. Por su altura pastoral y, como no, por su altura natural y humana.

Con sobrados méritos para ser cardenal de la Iglesia, su persona emanaba en la cercanía carisma franciscano. Carlos Amigo intervino en el Club LA PROVINCIA en noviembre de 2010, en tiempo del pontificado de Benedicto XVI, invitado por el Instituto Superior de Teología y el Centro Loyola. Una oportunidad también para una distendida conversación entorno a la mesa. Cautivador, de fina palabra y de atenta escucha, era especialista en encontrar el lado más benigno de los problemas. Genial y ocurrente, a su carácter castellano se había adherido una pátina de humor andaluz. Sus años como obispo de Tánger le unieron de forma especial a las Islas, como bien conocen los Hermanos de la Cruz Blanca y en San Fernando de Maspalomas; a las migraciones y al diálogo con los musulmanes. Como cardenal elector, sin disimular la obediencia a Joseph Ratzinger, alejado del estilo eclesial que protagonizaba Antonio María Rouco Varela, Carlos Amigo oraba y laboraba para alzar a Jorge Mario Bergoglio a la sede de Pedro.

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